jueves, 16 de junio de 2022

Niebla o no sé qué...

 

Los recuerdos me invaden… No todos forman parte de mí, algunos solo los imagino… El sol entra escondido por la ventana, creo que hoy está nublado. La casa está tranquila… no se escucha nada, más que pájaros y voces lejanas. Estoy sola, aunque hace un momento no lo estaba. Soñaba… o recordaba, me cuesta diferenciarlo. Mi vida se construye con los ojos cerrados, toma de aquí y de allá, maquilla, desea… Me despierto y tengo esa vida que no he vivido (¿o sí?) detrás de mí. Forma parte de mi mente y de mi identidad, de mi memoria, pero solo durante unas horas, hasta que el sueño o el recuerdo se difumina y prácticamente desaparece. Solo me quedará el rastro del nombre… de la sensación, de los sentimientos. A veces ni eso. Pero se va, y no vuelve… ¿quiero que vuelva, acaso? Han pasado muchos años. Ya no soy, creo que nunca lo fui. Pero cuando viví allí tampoco eran esos los rostros que me seguían, ni siquiera yo tenía uno. Intentaba acompañarme, sentirme acompañada, imaginar… dar forma a algo que se caía a pedazos, se rompía a mis pies, pisaba los pedazos, como si no fuera conmigo. Pero iba… aunque no le hacía caso. Ahora me vienen esas historias, cambiadas, modificadas, con otros colores y formas. ¿Se quedaría algo sin hacer? ¿Eso es lo que intenta reconstruir mi mente? Han pasado muchos años y muchas cosas han cambiado. Los nombres… ellos cambiaron sus letras, y ya no guardan el mismo significado que entonces. Lo que entonces yo creía mío ya no lo es, y al revés, sobre todo al revés… ¿Por qué vendrá a mí? Todo el tiempo… y en mi sueño es como yo quería, como deseaba entonces… Sé que no existe, que no puede existir. ¿Invento? ¿Creo con mis ojos, con mis recuerdos rotos, con los pedazos? Doy forma y en cambio, no sé crear desde cero, necesito una base, algo desde donde partir… Necesito partir y luego me voy, luego vuelvo a dónde estoy. Quiero estar aquí. Es donde debo estar. Y esos recuerdos inventados… esos sueños deshechos, no sé qué son. No sé por qué me hablan, ni qué me dicen. Anoche era un bar, muchas cervezas, la cuenta ascendía a 600 euros, creo que éramos 5 o 6, pero por algún motivo teníamos que pagar 300 por persona, algo más… Mi cuenta bancaria no era diferente en el sueño, eso sí que no me lo sé inventar… No podía pagarlo, y por algún motivo tampoco explicable junto con las bebidas nos invitaban a un sofá, un sofá rojo y acolchado. Acto siguiente: estamos en casa, sentados sobre ese sofá rojo, parecía cómodo y tenía chaiselong pero, ¿sería sofá cama? Recuerdo que lo pregunté, recuerdo el miedo. ¿Dónde íbamos a dormir, a dónde había ido a parar mi sofá? He aprendido, quiero pensar que sí. Mi mente ha estado corrompida durante mucho, había sombras, había tanta niebla… No se veía más allá, estaba sola, rodeada de algo que nunca podría acogerme. Esa niebla… se difuminó. Tardó mucho, pero lo hizo y cuando lo hizo de repente todo se veía distinto, los colores, las formas, el mundo… y las personas. Mi forma de ver el mundo… Todo cambió, de repente… No fue cuando yo quise, ni siquiera cuando yo lo esperaba. Pero lo hizo y así es como está ahora. Pero sigo yendo a veces, sigo volviendo… al menos mis recuerdos lo hacen, no creo que nunca dejen de hacerlo. Es como si me dijeran: cuidado, no olvides, no lo hagas nunca. Sé que no lo haré, no podría hacerlo… entonces, ¿por qué esos recuerdos imaginados y soñados? No hay niebla en ellos, creo que no la hay… pero sí algo, una esencia o algo… que sí es como antes. Algo me hace sentir como antes, aunque mi identidad en el sueño no sea otra más que la que vivo ahora. Pero hay algo… e intento marcar la diferencia, intento atraerlo todo a mi presente, darle el sentido de ahora, ser consciente… Y me despierto. Y todo está bien, nada ha cambiado. Solo ha sido un sueño… La miro y sé que todo está bien. Pero… ¿por qué ese sueño? ¿Por qué ahora, otra vez? Sé que no puedo olvidar, que no podré hacerlo. Mi mente no deja de recordar… Es como si no dejase de preguntarse cómo habría sido todo, qué habría pasado. Sin esa niebla… Soñé que te alegrabas de que fuera feliz…

miércoles, 8 de junio de 2022

Una mancha oscura

 

«Si le hubiera cortado las alas / habría sido mío, / no se me habría escapado». No tenemos dinero en nuestras cuentas bancarias (este mes ha sido jodido) así que no hemos podido comprar las entradas por internet. Nos presentamos allí bastante rato antes de la hora en la que la película empieza, no sé, media hora antes, pongamos. No hay nadie en la taquilla, y solo estamos nosotras y dos señoras mayores esperando. Mira, mira esas chicas, también estáis esperando, ¿verdad? Sonreímos, sí. Se ponen a hablar y nos ponemos a hablar. Nadie hace asunto de ninguna, cada una nos metemos en nuestros propios mundos, en nuestras conversaciones, en lo que sea que estuviéramos diciendo en ese momento, o estuviéramos escuchando. Llega la señora de la taquilla. Dos para Cinco lobitos, por favor. Pagamos. Y cuando vamos a entrar al cine, escuchamos: dos para Cinco lobitos, por favor. Sonrío para mí, vienen con nosotras. Nos sentamos dentro, en unas sillas que hay en la entrada, a hacer tiempo hasta que abran la sala. Entran las señoras, ya con sus entradas, y se sientan justo en las sillas que hay respaldo con respaldo con las nuestras. Nosotras seguimos a lo nuestro, hablamos de alguna cosa, miramos algo el móvil, nos enseñamos algo. Guardamos, quizás, un momento de silencio. Y entonces escucho: «es que mi hermana fue la causante de la ruptura de mi matrimonio». Mi oído de escritora o de maruja (nunca sabré exactamente cuál es el que se conecta a cualquier conversación ajena, dispuesta a deshilar cualquier historia). «Si le hubiera cortado las alas / habría sido mío, / no se me habría escapado». La amiga le pregunta. ¿Serán viejas amigas? ¿hacía mucho que no se ponían al día? Deben tener la suficiente relación como para tener la confianza de ponerse a hablar de sus intimidades, ¿o no? La amiga pregunta y escucha, mientras la otra señora explica con todo detalle los asuntos recientes (y no tan recientes) de su vida. Su marido, exmarido, se lio con su hermana. El matrimonio tenía una hija, y luego él se separó de ella y tuvo otra hija con la hermana. «Imagínate, yo no quería volver a esa casa, estaban en la misma cama en la que yo dormía». Las hermanas perdieron la relación, y todo lo que le quedaba era su hija. Habían vendido alguna propiedad hacía poco, como si se hubiesen acabado de repartir las cosas por el divorcio (¿eso significa que la historia es reciente? Aunque el marido debía ser bastante mayor como para tener otro hijo; ¿o bien significaba que había tenido el marido una doble vida con su hermana y hasta hace poco no se había enterado?). «Pero así, / habría dejado de ser pájaro. / Pero así, / habría dejado de ser pájaro». Aparentemente luego lo dejó también con su hermana, y se fue con una chica más joven. La mujer le confesaba que se había quedado con algo, con algún dinero que no le había dicho a su exmarido. «Haces bien, algo te tienes que quedar tú», le decía la amiga, mientras la señora le explicaba que le preocupaba su hija, y que solo le quería dejar algo de buena vida, algo de herencia, pero también quería vivir ella. «Y yo... / yo lo que amaba era el pájaro». Las hijas, o primas, o dios mío no sé cómo llamarlas, parecían llevarse bien. La mujer se lo explica a su amiga, con un tono triste, mientras la amiga la mira con ojos consoladores. Le pone la mano sobre el hombro y no usa palabras, pero yo sé que le dice vive tu vida, sé egoísta, no pienses en nadie… Sé que le dice lo siento, lo siento, lo siento tanto… «Y yo... / yo lo que amaba era el pájaro» …

Entramos a la sala, todavía está iluminada, la gente va tomando asiento. Entramos antes que las señoras, pero por azares del destino sus asientos están en la misma fila que los nuestros, al lado. Siguen hablando, pero sus voces apenas me llegan, solo distorsionadas, historias fragmentadas, amores fracturados, ternuras que se han vuelto líquido y se han derramado por doquier, dejando manchas densas, de colores oscuros, manchas que no se van, ni se irán, penetrantes como el dolor… ¿dónde están las manchas? ¿en la alfombra, en el suelo, en mi vestido, se han grabado en mi corazón? Esas mujeres… Empieza la película y tengo el corazón temblando, no entiendo el amor, no entiendo el cariño… hablo de él y no sé nada, solo sé el dolor, lo conozco… y qué cruel puede ser el azar, el destino, los hombres y sus relaciones… Empieza la película, digo. Y es una película de terror: nace un niño, lloros, pérdida de sueño, el padre se tiene que ir (qué casualidad, qué raro) por trabajo… la madre está sola, día y noche, cada segundo de cada minuto, con ese bebé que depende en su totalidad de ella, y que ella no sabe cuidar, no sabe quién es, su vida ha cambiado de golpe y ya no hay vuelta atrás… su cuerpo… Berta Dávila escribe en Los seres queridos «así es como yo pensaba en el hijo, como alguien que me cubriría de una felicidad que ocupase todos los espacios de desconsuelo y tedio» (Dávila, 2022, pág. 29). Pero la realidad, luego, es otra: «mi hijo no fue el único en salir de mi cuerpo sino, sobre todo, yo misma, que ya no era yo, porque era la madre. (…) Mi cuerpo era un territorio que no me pertenecía» (Dávila, 2022, pág. 50-51). La madre de Cinco lobitos hace todo lo posible por sacar adelante esa nueva vida que se le ha venido encima, que se ha apoderado de su cuerpo, de sus sentimientos, de su casa y de todo lo que antes conocía. Todo ha cambiado. Pero por más que lo intente, una sola persona no puede afrontar tantísimas cosas. No soy capaz de imaginar el dolor, el sufrimiento que provoca una situación así, aun habiendo conocido el dolor y el sufrimiento. Berta Dávila acaba este libro, que no queda claro si es novela o relato autobiográfico o autoficción [1] con un capítulo final en el que dice: «la depresión postparto es la primera causa de muerte de las madres durante el periodo perinatal en la mayor parte de los países occidentales, por encima de los trastornos hipertensivos y hemorrágicos. He escrito este libro porque estoy viva» (Dávila, 2022, pág. 140). La protagonista de Cinco lobitos decide irse a casa de sus padres: es la única forma de sobrevivir. Aunque eso suponga estar con sus padres, algo que ya se nos anticipa como algo negativo, complicado. La madre es exigente, pone pegas a todo, no dice las cosas buenas ni anima, pero se asegura de no dejarse nada negativo o cruel por decir. Y también ayuda, cuida del bebé lo mejor que sabe, cocina para todos y limpia. Y cuida, sobre todo cuida. El padre es amable, cariñoso, es incluso atento. Pero es un padre, es un hombre. Perdonadme, pero todas sabemos lo que eso significa. Nunca hace la comida (ni siquiera sabe cocinar el pescado que siempre cocina su mujer), pero se queja cuando algo está soso o lo ha comido varias veces esa semana. Le da pereza tirar la basura, o pasear al bebé, o, en definitiva, cuidar. Es atento, pero no sabe cuidar. Y tampoco es su culpa: la sociedad no le ha educado para que cuide, no le ha enseñado a cuidar. Y la madre sabe cuidar a la perfección, pero no sabe dar amor. ¿No sabe, o no le han sabido demostrar nunca el amor para que ella pueda sacarlo también? «Txoria txori» es una canción que le canta en euskera el padre de la protagonista a la madre durante una cena de amigos. «Si le hubiera cortado las alas / habría sido mío, / no se me habría escapado. / Si le hubiera cortado las alas / habría sido mío, / no se me habría escapado. / Pero así, / habría dejado de ser pájaro. / Pero así, / habría dejado de ser pájaro. / Y yo... / yo lo que amaba era el pájaro. / Y yo... / yo lo que amaba era el pájaro». Es, probablemente, el único momento de la película en el que sentimos que quizás sí, quizás sí hay amor entre ellos, quizás si se quieren… aunque discutan, aunque se enfaden, aunque se peleen constantemente. Y si… ¿y si de verdad se quieren? ¿Se pueden querer… así? ¿El amor puede ser amor si es conflictivo, doloroso? Ella voló, enamorándose de otro, porque él no le daba amor, no le daba cariño, no estaba con ella… se sentía sola. Es una infidelidad, ¿pero podemos juzgar a una mujer que se sentía profundamente infeliz? ¿Podemos juzgar a la señora que le explicaba a su amiga que se había quedado algo de dinero que su exmarido no sabía para vivir para, por fin, vivir? Esas mujeres que viven una cotidianidad terrible, infeliz, sin cariño, rutinaria (pero en el mal sentido) necesitan saber que hay algo más para ellas, que pueden salir, que pueden volar, que pueden, quizás, ser felices. Debajo del dolor puede haber una salvación, algo que dé sentido, aunque sea durante un instante. Pero el dolor constante es un vacío inerte, desértico, es un consumo de tiempo, un consumo de vida, y una muerte. «Pero así, / habría dejado de ser pájaro. / Y yo... / yo lo que amaba era el pájaro». Si no la hubiese dejado volar, intentar ser feliz, habría dejado de ser pájaro, habría dejado de ser ella misma. Cuando salimos de la sala le comenté esta escena a Ane diciéndole que la madre se enamoró y voló fuera de su matrimonio, luchó por su vida, por su bienestar, por su ternura arrebatada. Ella no sabe dar amor, no a su marido, no a alguien que no la ha sabido querer. Y ahora, aunque vea que la quiere, aunque vea que de vez en cuando se esfuerza por ella, por su amor, por su cariño, por el que le debe… a ella le da miedo. Ane me dijo: yo creo que su matrimonio fue tan mal que ahora ella ve que él está enamorado y no quiere, porque lo pasó tan mal que no quiere ya. Cómo afrontar una relación que se rompió, pero que sigue en tu vida. El dolor deja herida, nunca se difumina. La mancha en la alfombra… o en el vestido, o en las entrañas. Es como un agujero, y si cicatriza deja mancha… una mancha blanquecina… está tiesa y aunque tires de ella algo se mantiene inmóvil… como si habitara ahí el daño y la cicatriz lo encerrara, lo tapara, lo cubriera para que no volviera a salir… ¿y si sale? Él se moriría de pena sin ella, y ella no puede dejarlo, aunque lo haya pensado mil veces… ¿Es eso el amor? ¿Qué es el amor? No lo sé, no creo que nunca llegue a saberlo, por más que lea, por más que sienta, por más que vea y escuche. Por más que mi piel… En mi piel está grabada la herida, pero también el deseo… ¿puede nacer amor del dolor? ¿puede haber amor desde la herida? Estoy segura de que el amor no puede hacer daño, al menos eso es lo que pienso, lo que quiero pensar. Un amor de verdad no quiere doler, hace todo lo posible por evitarlo. Solo quiere ser cuidado y ternura y cariño. Quiere ser un escudo, quiere ser una cicatriz que se cierra envolviendo todo daño para que no vuelva a salir.

Cuando salimos del cine, las dos señoras se levantan con nosotras. Una ayuda a la otra a levantarse, cogen sus cosas y se preguntan ¿te ha gustado? Qué bonita. Y se van juntas, hablando, a través de la noche. Eso sí, pienso… eso sí es cariño.

 

Bibliografía

Dávila, B. (2022). Los seres queridos. Barcelona: Destino.



[1] Sin entrar en lo complicado de diferenciar esos términos, creo que este libro supone un limbo a la hora de intentar encajonarlo en alguna de esas etiquetes (al menos, en un principio) puesto que empieza con un prólogo (que, por lo general, asumimos que está fuera de la narración, fuera de la historia de la obra y, en principio, aportando algo del escritor o escritora en primera persona, como el proceso de escritura o el contexto alrededor de ella) en el que se hace mención a la escritura y a una amiga suya con la que queda para despedirse y con la que se reencontrará meses después porque se casa. Después, empieza la «novela», y como lector asumes que es una historia de ficción, ajena al prólogo. Y aquí viene el salto, el guiño, la herida ficcional: vuelve a mencionar, dentro de la «novela» a esa amiga suya; y es más: va a su boda. ¿Es una novela basada en esa persona real? ¿Es una autobiografía de su vida, unas memorias, algo sincero sobre su propia vivencia y vida? ¿O es un poco de las dos? Dávila escribe: «nunca he experimentado el amor maternal» (2022, pág. 101). Quizás es tan difícil para las mujeres, para las madres, decir algo así, en una sociedad que sigue pensando que un bebé solo puede ser una bendición y algo extremadamente bueno y feliz, que es necesario construir una ficción (aunque sea aparente, aunque no sea de verdad, aunque sea una mentira que le hace creer al lector, pero que no se esfuerza mucho en mantener) para poder decirla.

miércoles, 1 de junio de 2022

Palpitación salada...


Las cerezas me recuerdan a la playa, al sol, a la arena, me saben a mar. De pequeña casi siempre llevábamos, en un tupper, cuando íbamos a la playa. Nunca fui una niña muy frutera, pero esto sí me lo comía (porque tenía hambre y calor). Me pasaba la mañana en el agua (odiaba y odio el sol). Nadie podía sacarme del agua y lo sentía mi más preciado tesoro, mi hogar más acogedor. A lo mejor, mi más sincero hogar entonces… Ahora lo sigue siendo, pero no me hace falta ir a él para estar en casa. Me estoy comiendo unas cerezas, tienen un color rojizo oscuro y alguna gotita las rodea. Me las como y recuerdo un mar, pero no ese: las piedras, los rodillazos, cuidado con los pies. El sábado estuvimos en Sitges celebrando la fiesta (sorpresa) de despedida de Elena, una prima de Ane. Fue un día increíble. Desayunamos en una de mis cafeterías favoritas de Barcelona (todas juntas, en dos mesas, con un montón de sillas apiñadas alrededor de ellas… un paisaje al que no estamos acostumbradas pero que fue sencillamente perfecto). Después, en metro y tren a Sitges, donde cantamos una canción que se inventaron en el coche de ida a Barcelona y que se convirtió en la banda sonora del viaje, para desgracia del resto de personas del metro/tren. Íbamos dando el cante, hablando alto y de temas que a cualquiera le harían soltar una carcajada (entre el top: los pedos disimulados o no tan disimulados que todas nos tiramos). Me hizo gracia, porque allí yo no era la ruidosa ni la más pesada: todas estábamos en armonía. Una vez allí, la playita… dios mío el mar… nos cogimos todas de la mano y Diana pidió a unas señoras que estaban ahí antes de que llegáramos y con cara de muy pocos amigos que nos grabara entrando al agua; aunque a regañadientes, accedió («si tardáis más, paso», dijo) y nos cogimos todas de la mano corriendo hacia el agua. Estaba fresquísima, pero perfecta. La salida fue desastre total: así como habíamos entrado todas de la mano y a la vez, parece que, sin quererlo, decidimos salir de una en una, para que el resto pudiera descojonarse ante semejante espectáculo. Había una bajada bastante generosa hasta llegar a la arena del fondo, y la bajada estaba llena de piedras enormes (también una vez entrabas más en el agua, pero más dispersas). Era imposible salir sin clavártelas y pisarlas. Una salía, pisaba mal y se caía, la de detrás se reía de ella, pero pisaba mal también y se caía, y así una detrás de otra. «Madre mía, qué van a pensar de nosotras, ni una saliendo bien del agua», decían entre risas. Ane y yo nos quedamos las últimas contemplando las vistas (yo todavía no quería salir del agua) y nos dijeron salid, a ver cómo salís vosotras. Fue un poco desastroso, pero en comparación con el resto no había color . Luego, todas a corrillo a hablar, con los brazos en jarra, mientras Ane hacía algunas fotos por aquí y por allá. Compramos una cámara analógica de estas desechables; estamos viciadas a ellas, cada vez que pasa alguna fiesta o acontecimiento destacable (y nos cuesta poco destacar cualquier cosa) compramos una o dos. Cuando se revelan salen siempre fotones, tienen ese no sé qué especial de las fotos analógicas, y nos las dan en digital (que viene perfecto para enseñarlas al resto y para que cada quién se quede con las que más les gustan) y en físico, de forma que, sin quererlo, estamos haciendo ya nuestro álbum familiar. Luego, cuando termina ese «acontecimiento destacable» y viene esa tristeza de cuando acaba algo que ha sido perfecto, nos quedan todavía las cámaras, que llevamos a revelar después y que tardan dos o tres días en estar. Hoy nos han llegado las fotos en digital y las dos, que sabíamos que estarían esta tarde, llevábamos todo el día pensando en ello, aunque ninguna de las dos hubiera dicho nada al respecto. Las hemos visto mientras comíamos, recordando entre risas los instantes capturados, con algo de nostalgia y belleza en los ojos pero, sobre todo, con el corazón encogido, abrazado y caliente.

las fotografías son un modo de apresar una realidad que se considera recalcitrante e inaccesible, de imponerle que se detenga. O bien amplían una realidad que se percibe reducida, vaciada, perecedera, remota. No se puede poseer la realidad, se puede poseer (y ser poseído por) imágenes (…). No se puede poseer el presente pero se puede poseer el pasado (Sontag, 2022, pág. 455).








Estamos a miércoles, han pasado solo tres días desde que el fin de semana se acabó, pero mis recuerdos no hacen más que transportarme a la playa, al mar, a la comida, a la risa, al susto que les dimos a Silvia, Diana y Adriane escondiéndonos detrás de unas columnas a la salida del baño, de cómo Diana conseguía mover su tripa de forma que parecía que estaba embarazada para que le dejaran pasar al baño, mientras todas nos reíamos y, al ver que había otra chica mirando y riéndose, le decía «es broma, no estoy embarazada, solo estoy gorda». Veo todos esos recuerdos, el dolor de estómago de reírme y el descubrimiento de que, quizás, sí me gustan los boquerones y las almejas (pero los mejillones no, eso sí que no). En fin: vuelvo al pasado. En mi mente todo esta desordenado, roto, las risas vienen de la playa pero la broma estaba en un bar, había cerveza pero mi piel aún tenía sal, me vacío las bambas y las bragas en la ducha porque tengo arena en todas partes y estoy recordando como todas se bajan del metro, dejándonos a Ane, Jone y a mí solas de camino a nuestra casa, las vemos desde la puerta, cómo el grupo que ha salido se divide en dos y empieza a despedirse para ir en direcciones contrarias pero, al ver que nuestra puerta se cierra y que les decimos adiós pegadas al cristal de la puerta, se vuelven a juntar y a decirnos adiós mientras corren en dirección al metro que ya se va, entre risas y la mirada curiosa de una pareja que está a nuestro lado, y sé que se ríen también. «¡Nos vamos a ver en una hora!», decimos. Y sé que esa mirada curiosa desea, sé que esa pareja soy yo, sé que miro y pienso: ojalá ser parte de esa familia. Estoy tecleando estas palabras, pero también estoy agarrándome a la barandilla de metal del metro sonriendo y pensando que sí, que pertenezco… «Llegué por el dolor a la alegría. / Supe por el dolor que el alma existe. / Por el dolor, allá en mi reino triste, / un misterioso sol amanecía» (1990, pág. 45) dice José Hierro. La luz del sol hace que mi piel brille… también el agua… Miro las fotografías y son eternas, esa felicidad… Aunque deje de recordarlas, seguirán ahí, físicamente, podré tocarla con mis dedos… Me parece que cuando vayamos a recoger las fotos, olerán a sal… «La sensación de estar a salvo de la calamidad estimula el interés en la contemplación de imágenes dolorosas, y esa contemplación supone y fortalece la sensación de estar a salvo» (Sontag, 2022, pág. 458). ¿Y si es también al revés? ¿Y si, con el dolor, puedo ver estas imágenes de alegría, placer, felicidad pura y paz profunda, y sentirme como entonces? ¿Volver a casa, hacerme un hogar de recuerdos? Mis recuerdos, mi pasado más cercano, en el que vivo, del que me alimento, me dan paz… me hace sentir segura, a salvo… No hay dolor, no hay tristeza, no hay herida que pueda contra tanto, tanto… Hay tantas fotos, no hemos comprado álbum todavía, las tenemos unas encima de otras, en sobres, o sueltas… Pronto ya no sabré dónde meterlas, qué hacer con ellas; las fotos de polaroid van formando una pila cada vez más alta… no puede no verse. «Nunca / podrás mojar tu pie en el río / en que ayer lo mojaste. Busca / la eternidad, vive en la alta / contemplación de su figura» (Hierro, 1990, pág. 36). Leo estos versos en un libro que he cogido de la biblioteca, y al pasar las hojas veo que hay un pétalo de alguna flor seca que alguien ha puesto entre las páginas. ¿Quién? Si hubiese dejado una fotografía de su retrato, tampoco sabría quién es. Un pétalo seco… es como dejar algo de ti, un instante de vida, algo que una vez fue una flor, para que otro lo vea. Del mismo modo que las fotografías, esto permanecerá para siempre, recordando algo, albergando un recuerdo que solo quien allí lo dejó sabe… Hacemos fotos, fijamos recuerdos en formas químicas que no entendemos para permanecer, para seguir aquí… para que alguien nos recuerde. ¿Alguien nos entenderá? ¿Qué pensaría esa persona cuando dejó allí esa hojita seca, en ese poema? ¿Sufriría, conocería el dolor? ¿Sería ahora feliz, por eso leería a Hierro? Cuando me enseñaron a Hierro, no fui capaz de valorarlo suficiente. Me gustó… pero no lo entendí. «Busca la eternidad» … hago fotos, bueno, Ane las hace, yo lo intento. ¿Fijaré algo? ¿Permanecerán los recuerdos? ¿Se quedarán conmigo, serán mi salvación, mi hogar, mi mar cuando esté triste? Todavía me quedan ciruelas. El sol empieza a caer, Ane está apunto de volver de la piscina (creo que ella también persigue el mar…). Lo sé: esta es mi eternidad. Estoy rodeada de mar. Cuando no lo veo con mis ojos, lo evoco, me envuelve. De alguna forma, siempre me rodea… Cojo un pétalo de las rosas secas que siguen aquí, las de Sant Jordi, y la coloco entre las páginas del poemario de Hierro. El poema se llama «La playa de ayer»: es increíble cuando todo encaja y se comunica [1]… Mi pétalo es un pétalo de mar, de agua, de sal. Está ligado a mí, a mi hogar, a mis recuerdos… Cuando alguien la encuentre, ¿flotará?

 

 

Bibliografía

Sontag, S. (2022). De Sobre la fotografía. En D. Rieff (Ed.), Obra imprescindible (pág. 447-467). Barcelona: Literatura Random House.

Hierro J. (1990). Antología poética (J. Olivo Jiménez, Ed.). Madrid: Alianza Editorial.



[1] «Cuántas lamentaciones ante el muro / coronado de pálidas almenas… / (No estoy seguro…) Un canto de sirenas / o de cadenas… (Ya no estoy seguro…) / Palpitación salada… / Y el conjuro / de la aventura… Sobre las arenas, / pasos… (no estoy seguro…), o eran penas, llagas de sombra sobre el oro puro. / Y eran las nubes y las estaciones… / Y alguien pasaba… Y alguien trasponía / puertas de niebla, alcazáres de espanto, / mar con marfil de las constelaciones… / y se ocultaba, / y reaparecía, / hijo del gozo con su cruz de llanto…» (Hierro, 1990, pág. 117). Los versos vienen… y van… vienen… y van… como las olas… como el mar… El ejemplar seguirá en la biblioteca de hispánicas de la UB, incluso cuando me vaya. ¿Mi pétalo seco, de mar, seguirá allí?




Por qué Adorno y Horkheimer son unos pesaos

El último tema en una de mis asignaturas del máster era sobre la cultura pop. El profesor nos explicó dos posturas: la crítica de Adorno y Horkheimer en la Dialéctica de la ilustración hacia la industria cultural que, según ellos, «estupidiza» a la sociedad; y, por otro lado, la opinión de filósofos como Walter Benjamin, que creían en la reformulación de los productos de la industria cultural que, aunque estuviesen creados por el capitalismo, podrían reformularse para convertirlos en herramientas contra el capitalismo. Sin despreciar ninguna de las dos posturas, propuso hacer una breve monografía reflexionando al respecto. Lo más curioso de todo es que yo, profunda amante de la cultura pop y defensora acérrima de su importancia, quedé sorprendida ante la extrañeza de la clase. Leímos un texto y, cuando vieron que el profesor lo explicaba sin criticarlo, saltaron las alarmas: «Pero, ¿no va en coña?» «o sea, escriben en serio sobre Ricky Martin, Cantinflas y todos estos, es en serio?». Incluso algunos (y aquí mi sangre no pudo más que empezar a hervir): «pero es que claro, si todo el mundo hace cultura, si se democratiza la cultura, entonces también se devalúa». Por suerte, ese elitismo fue rebajado con el comentario de otra compañera: «a estos filósofos habría que decirles que odiar lo popular no te hace más interesante». Yo no estaba segura de sobre qué escribir, pero tenía claro que debía hacer un alegato a mi amor hacia la cultura pop, un texto que rebosara cultura pop, en contraposición con lo que me veía venir que el resto harían. Mis referencias culturales y académicas debían ser Britney Spears, Madonna y las vecinas de Valencia. E intentaría demostrar que sí, algo puede ser académico aun cuando entre sus líneas aparece Madonna y Chicas malas. No sé si lo he conseguido o no, en todo caso, a continuación, el texto que he presentado:

 

 

«No seas ridícula, Andrea. Todo el mundo quiere esto. Todos querrían ser nosotras» (Frankel, 2006) dice Meryl Streep como Miranda Priestly, a la vez que con un gesto elegante y glamuroso se pone las gafas de sol y sonríe a Andrea, incrédula ante esas palabras que acaba de pronunciar. El diablo viste de Prada se estrenó en 2006, solo tres años después de que Laura Weisberger publicara la novela homónima en la que se basa la película. Rápidamente se relacionó a Miranda Priestly con Anna Wintour, editora jefe de la revista Vogue. En el libro, Weisberger (que fue ayudante de Anna Wintour, papel representado en la película con el nombre de Andrea) pretende criticar las formas abusivas y dictatoriales de la famosa editora jefe, y lo mal que trata a cualquier persona que esté por debajo de ella. Es la persona más influyente en el mundo de la moda y utiliza ese privilegio para equipararse con los mismos dioses. A la vez que critica a Anna Wintour disfrazada bajo el nombre de Miranda Priestly, equiparándola con el diablo, aprovecha también para darle al César lo que es del César: «Si Miranda fuera hombre nadie notaría nada malo en ella, excepto lo bien que hace su trabajo» (Frankel, 2006), dice Andrea en un momento de la película. Sobre Miranda se habla de todo: de sus divorcios, de sus hijas, de su vida personal. Pero poco de lo influyente que es en su trabajo. Cuando vi esta película de pequeña, no había leído a Despentes, ni a Butler, ni siquiera sabía lo que era el feminismo, y mucho menos lo dura que podía ser la vida laboral. Porque la vida laboral es un infierno, y los jefes, aunque mucho menos glamurosos que Miranda Priestly, son el diablo. El sistema, el capitalismo lo es. Yo entendí esto mucho antes de saber que lo había entendido.

No podía ser otra más que Madonna la que se convirtiera en la principal cantante de la BSO de la película. La canción «Vogue» salió en 1990 y mucho después Madonna explicó que iba a ser una canción B-side porque no la consideraban suficientemente fuerte. «They can’t see into de future» (Madonna, 2021) dijo en una entrevista con Jimmy Fallon. La serie Pose (2018) centró su segunda temporada alrededor del lanzamiento de «Vogue», puesto que Madonna se basó en la cultura LGBTQ underground; en las personas trans y racializadas que actuaban en los ballrooms haciendo voguing, un baile propio que se convirtió en la esencia de la comunidad LGBTQ. Gracias a Madonna, una mujer blanca cis y aparentemente heterosexual, el fenómeno del ballroom empezó a ver la luz, llevando en sus giras a personas racializadas y queer que bailaban con ella el voguing. Ese espacio seguro que eran los ballrooms, ese hogar que crearon las personas que vivían en los márgenes y que eran echadas de sus casas y rescatadas por sus hermanas y hermanos queer, se convirtió en algo cada vez más generalizado, y empezó a tomar todo el prestigio que merecía. Madonna, gracias a esta canción y a otras muchas como Erotica o Like a Virgin, se convirtió en un icono queer y feminista, ya que gracias a ella se empezó a hablar de liberación sexual y especialmente de liberación sexual femenina. Hablaba sobre masturbación («Happiness lies in your own hand / It took me much too long to understand», 1994, pista 2), sobre sexo y sobre feminismo de forma completamente abierta, y habló y defendió a las víctimas del VIH cuando absolutamente nadie hablaba de ello. La enfermedad se cobró miles de personas, ya que al ser una enfermedad que afectaba sobre todo a personas LGBTQ, nadie se quería hacer cargo de ello.  Más de treinta años después, Chanel queda tercera en Eurovisión con la canción «SloMo», hablando de sexo mientras baila una coreografía increíble en ropa interior. El Benidorm Fest (gracias al cual quedó elegida como representante de España en Eurovisión) tuvo mucha polémica, puesto que criticaron que algo tan comercial fuera a ser la representación de este año (además de las críticas al hecho de hablar sobre sexo: tampoco ha cambiado tanto la sociedad, desgraciadamente). Algo así habría sido imposible años atrás: Madonna abrió la puerta. Ahora ver a una cantante bailando y cantando algo sobre sexo es casi la norma, es lo comercial. En esos ballrooms, por supuesto, nacieron los primeros lip syncs (literalmente: «sincronización de labios»), donde varias personas disputaban la victoria con una canción que debían conocer a la perfección y bailarla sin cantarla, haciendo playback. Cuando RuPaul empezó su revolución mediática y empresarial con RuPaul’s Drag Race, en donde varias drag queens competían por el título de America’s Best Drag Superstar, en cada capítulo debían hacer un lip sync las dos peores de esa semana para decidir quién se iba a casa y quién seguía la competición. Catorce temporadas después, siete All Stars, doce versiones internacionales de la misma franquicia (entre la que se incluye Drag Race España) y veinticuatro Emmys más tarde, el programa se ha convertido en todo un fenómeno internacional. Hasta el punto de que hace unos años pasó a formar parte del catálogo de Netflix. RuPaul es la reina del márquetin y hace todo lo posible por comercializar todo lo relacionado con el drag: su música, la música de sus concursantes, sus programas, sus series, sus DragCons, etc. Mis amigas y yo odiamos a RuPaul: aparte de sus polémicas tránsfobas y racistas, la excesiva comercialización a la que se debe nos chirría desde el primer momento. Pero, de nuevo (y como si estuviese parafraseando a Gretchen de Chicas Malas, en dónde, por cierto, aprendí la frase, aunque sepa que no es de Gretchen originalmente) al César lo que es del César: mi madre y mi abuela vieron a las primeras drag queens de su vida gracias a que ahora Drag Race España se anuncia en los canales de Atresmedia, en cualquier momento del día. Pudieron entender algo de mí, sin moverse del sofá. Las drag queens no pertenecen a un lugar marginal, inhóspito, donde se mueren asesinadas o pobres. Aunque esto no quiere decir que no siga pasando así, la verdad es que ahora hacen giras internacionales como el Battle of the Seasons, el Werq the World; se convierten en cubiertas de revistas como Vanity Fair con RuPaul en portada, o como Vogue con Detox, Valentina o Sasha Velour de protagonistas; desfilan por pasarelas como la New York Fashion Week como hizo Aquaria en 2019; o, para volver con Anna Wintour, acuden al evento más privado y glamuroso que organiza cada año la editora jefe, la Met Gala, que tuvo entre sus invitados de 2019 a Miss Fame y a Violet Chachki. Todas ellas, concursantes (y algunas ganadoras) del programa de RuPaul. Y también todos esos eventos, la esencia del capitalismo, de lo anti marginal, de lo anti precario, del lujo del exceso por el exceso. Tanto El diablo de Prada, como Madonna como RuPaul’s Drag Race comparten, en su origen, en sus inicios, las tres características de lo que Deleuze y Guattari denominan literatura mayor: el coeficiente de desterritorialización, puesto que son capaces de hacerte salir de tu realidad burguesa, cristiana y puritana, cishetero blanca (vamos a decir, respectivamente) y hacerte ver nuevas realidades, nuevos territorios que quizás no eras capaz de conocer; son, las tres también, políticas, la primera criticando una industria excesivamente elitista, burguesa y endiosada cuando solo se basa en el consumismo y el capitalismo, la segunda siendo capaz de convertirse en el icono de la liberación sexual y siendo capaz de hablar de lo que nadie hablaba, como el VIH, el feminismo y el sexo desde su posición de mujer, y la última alabando el drag como el arte que es, que durante tantos años permaneció en la sombra y no solo fue criticado sino que también fue criminalizado; y, por supuesto, aunque las tres se centren en experiencias individuales (la horrible experiencia de Weisberger con Wintour, la vida sexual de la propia Madonna y las experiencias queer individuales de las concursantes de un programa), las tres hablan de algo más, por supuesto: de la burguesía, del consumismo y del capitalismo, de la sexualidad, del exceso del cristianismo, de feminismo, de lo queer, de la cultura LGBTQ, de todo aquello que forma parte de nuestra historia y que debe ser comunicada a las siguientes generaciones para que el horror no se olvide. Todas hablan de experiencias que en su origen fueron negativas, horribles, dolorosas, para hacer una crítica, para darle la vuelta, para no caer en el silencio. Y aunque todas se hayan vuelto literatura, ahora, mayor (para seguir en término de los filósofos), mainstream, comercial, ahora el silencio no puede existir. El diablo viste de Prada es una producción de Hollywood. Madonna es la reina del Pop. RuPaul es (seguramente) una de las personas más ricas, viva imagen del colectivo LGBTQ en Netflix y, por desgracia o por fortuna, del mundo. Pero, sin todas ellas, ¿qué? A veces, los mensajes más poderosos, los mensajes más importantes, necesitan pasar por el filtro del todo, de las masas, de lo comercial. Si solo así pueden llegar a más gente, ¿acaso no merece la pena la comercialización? Si gracias a esto, un niño racializado queer de barrio que sufre bullying y baila voguing con videos de Madonna en Youtube, cuya película favorita es El diablo viste de Prada porque admira que en Vogue escribiera Joan Didion y que publiquen a grandes diseñadores que aparte de ser grandes son también queer, como él, puede sentirse seguro y acompañado… ¿acaso no mereció, absolutamente todo, la pena? O, para terminar con una frase de Nigel de la película:

¿Crees que esto es solo una revista? No es solo una revista. Es un faro luminoso de esperanza para… bueno, no sé, digamos que para un chico de Rhode Island con seis hermanos que fingía ir a jugar al fútbol cuando en realidad iba a clases de costura y leía Runway [la Vogue de la película] bajo las mantas con una linterna. No tienes ni idea de cuántas leyendas han pasado por aquí… (Frankel, 2006).

¿Puede algo ser negativo si es capaz de ser un consuelo? ¿De ser un grito en el silencio...?

 

 

Fin. Debía ceñirme a una cantidad concreta de páginas (y me pasé) así que me quedé con las ganas de remarcar todavía más algunas de las claves del texto. Todas esas obras (que yo considero arte de verdad y, sobre todo, cultura) me ayudaron a entender y aprender cosas mucho antes de llegar a ellas de forma más, digamos, académica. En la película Diez razones para odiarte, la protagonista es una amante de Sylvia Plath. Es una película dosmilera y pop y, en cambio, cuánto se puede aprender de ella. ¿Es realmente necesario complicar un mensaje cuando puede llegar de una forma más sencilla a más gente? No hablo de dejar de lado la complicación, hablo de fusionarlas, de mezclarlas, de unirlas. Todo enriquece, el conocimiento siempre está por encima. Intentando pensar en la forma de encontrar un discurso para mis ideas, Ane me dijo: «es que, si siempre comes fresas y nunca, no sé, una sandía, ¿cómo vas a saber que la fresa es mejor? ¿cómo vas a saber, además, cómo son el resto de frutas?». Debemos conocer lo pop, debemos conocer qué consume la mayoría de la gente para poder valorar más lo underground, lo indie, etc. Pero, no solo por eso, sino porque la forma de acercar cosas menos consumidas a la mayor cantidad de gente, cosas más complejas pero totalmente merecedoras de ser entendidas, es mediante lo que la gente ama. Odiando lo que la mayoría ama solo consigues dejarlos fuera, solo consigues que te aborrezcan, solo consigues alejarlos. Ellos odiarán también lo que tú amas y no habrá ningún tipo de concordia y, sobre todo, ningún aprendizaje. Solo aprendiendo el todo, conociéndolo todo, se puede aprender la verdadera esencia del mundo y acercar a todo el mundo al todo. No me parece interesante alguien que consume solo lo llamado elitista, o culto, o profundo, del mismo modo que tampoco me causa especial interés alguien que consume únicamente lo comercial o mainstream. Ver No es tan fácil varias veces al año es una necesidad vital para mí, es la ración de feel-goodismo que necesita mi cuerpo para soportar el peso del capitalismo, de los retrógrados, del machismo, de la lesbofobia, del racismo. Lo feel-good es todo un alegato: a pesar de todo el horror que me rodea, decido ser feliz durante un ratito. No me vais a quitar esto también. Leer y ver y conocer la maldad y el horror y la corrupción son una necesidad para todo ser humano. Pero de ninguna manera nada de eso puede ser un eje en nuestras vidas. No eres más interesante por conocer a Hong Sang-soo o a Gaspar Noé. Y creerte superior por conocerlos demuestra la clase de interés, la clase de identidad, la clase de huella que quieres dejar en el mundo. No es que debamos dejar algo para el mundo, aportar algo para sentirnos útiles. Pero todo lo que dejaremos aquí será lo que la gente recuerde de nosotros. La forma en la que tratamos a las personas, las cosas que hacemos por ellas. Los recuerdos de los otros serán nuestra identidad cuando ya no estemos. Qué importante es cuidar, cuidarlo. Qué importante es aprender. Y dejarse enseñar.

 

Bibliografía

Frankel, D. (Director) (2006). El diablo viste de Prada [Película]. FOX 2000 Pictures.

Madonna (1994). Bedtime Stories. EEUU: Maverick, Sire, Warner Bros Records.

Madonna (2021). Madonna Confirms She’s Writing a Movie About Her Life. The Tonight Show Starring Jimmy Fallon [Vídeo]. Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=qZkKj3QHQPQ&t=370s

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