«Si le hubiera cortado las alas /
habría sido mío, / no se me habría escapado». No tenemos dinero en nuestras
cuentas bancarias (este mes ha sido jodido) así que no hemos podido comprar las
entradas por internet. Nos presentamos allí bastante rato antes de la hora en
la que la película empieza, no sé, media hora antes, pongamos. No hay nadie en
la taquilla, y solo estamos nosotras y dos señoras mayores esperando. Mira,
mira esas chicas, también estáis esperando, ¿verdad? Sonreímos, sí. Se ponen a
hablar y nos ponemos a hablar. Nadie hace asunto de ninguna, cada una nos
metemos en nuestros propios mundos, en nuestras conversaciones, en lo que sea
que estuviéramos diciendo en ese momento, o estuviéramos escuchando. Llega la
señora de la taquilla. Dos para Cinco
lobitos, por favor. Pagamos. Y cuando vamos a entrar al cine, escuchamos:
dos para Cinco lobitos, por favor.
Sonrío para mí, vienen con nosotras. Nos sentamos dentro, en unas sillas que
hay en la entrada, a hacer tiempo hasta que abran la sala. Entran las señoras,
ya con sus entradas, y se sientan justo en las sillas que hay respaldo con
respaldo con las nuestras. Nosotras seguimos a lo nuestro, hablamos de alguna
cosa, miramos algo el móvil, nos enseñamos algo. Guardamos, quizás, un momento de
silencio. Y entonces escucho: «es que mi hermana fue la causante de la ruptura
de mi matrimonio». Mi oído de escritora o de maruja (nunca sabré exactamente
cuál es el que se conecta a cualquier conversación ajena, dispuesta a deshilar
cualquier historia). «Si le hubiera cortado las alas / habría sido mío, / no se
me habría escapado». La amiga le pregunta. ¿Serán viejas amigas? ¿hacía mucho
que no se ponían al día? Deben tener la suficiente relación como para tener la
confianza de ponerse a hablar de sus intimidades, ¿o no? La amiga pregunta y
escucha, mientras la otra señora explica con todo detalle los asuntos recientes
(y no tan recientes) de su vida. Su marido, exmarido, se lio con su hermana. El
matrimonio tenía una hija, y luego él se separó de ella y tuvo otra hija con la
hermana. «Imagínate, yo no quería volver a esa casa, estaban en la misma cama
en la que yo dormía». Las hermanas perdieron la relación, y todo lo que le
quedaba era su hija. Habían vendido alguna propiedad hacía poco, como si se
hubiesen acabado de repartir las cosas por el divorcio (¿eso significa que la
historia es reciente? Aunque el marido debía ser bastante mayor como para tener
otro hijo; ¿o bien significaba que había tenido el marido una doble vida con su
hermana y hasta hace poco no se había enterado?). «Pero así, / habría dejado de
ser pájaro. / Pero así, / habría dejado de ser pájaro». Aparentemente luego lo
dejó también con su hermana, y se fue con una chica más joven. La mujer le
confesaba que se había quedado con algo, con algún dinero que no le había dicho
a su exmarido. «Haces bien, algo te tienes que quedar tú», le decía la amiga,
mientras la señora le explicaba que le preocupaba su hija, y que solo le quería
dejar algo de buena vida, algo de herencia, pero también quería vivir ella. «Y
yo... / yo lo que amaba era el pájaro». Las hijas, o primas, o dios mío no sé
cómo llamarlas, parecían llevarse bien. La mujer se lo explica a su amiga, con
un tono triste, mientras la amiga la mira con ojos consoladores. Le pone la
mano sobre el hombro y no usa palabras, pero yo sé que le dice vive tu vida, sé
egoísta, no pienses en nadie… Sé que le dice lo siento, lo siento, lo siento
tanto… «Y yo... / yo lo que amaba era el pájaro» …
Entramos a la sala, todavía está
iluminada, la gente va tomando asiento. Entramos antes que las señoras, pero
por azares del destino sus asientos están en la misma fila que los nuestros, al
lado. Siguen hablando, pero sus voces apenas me llegan, solo distorsionadas,
historias fragmentadas, amores fracturados, ternuras que se han vuelto líquido
y se han derramado por doquier, dejando manchas densas, de colores oscuros,
manchas que no se van, ni se irán, penetrantes como el dolor… ¿dónde están las
manchas? ¿en la alfombra, en el suelo, en mi vestido, se han grabado en mi
corazón? Esas mujeres… Empieza la película y tengo el corazón temblando, no
entiendo el amor, no entiendo el cariño… hablo de él y no sé nada, solo sé el
dolor, lo conozco… y qué cruel puede ser el azar, el destino, los hombres y sus
relaciones… Empieza la película, digo. Y es una película de terror: nace un
niño, lloros, pérdida de sueño, el padre se tiene que ir (qué casualidad, qué
raro) por trabajo… la madre está sola, día y noche, cada segundo de cada
minuto, con ese bebé que depende en su totalidad de ella, y que ella no sabe
cuidar, no sabe quién es, su vida ha cambiado de golpe y ya no hay vuelta atrás…
su cuerpo… Berta Dávila escribe en Los
seres queridos «así es como yo pensaba en el hijo, como alguien que me
cubriría de una felicidad que ocupase todos los espacios de desconsuelo y
tedio» (Dávila, 2022, pág. 29). Pero la realidad, luego, es otra: «mi hijo no
fue el único en salir de mi cuerpo sino, sobre todo, yo misma, que ya no era
yo, porque era la madre. (…) Mi cuerpo era un territorio que no me pertenecía»
(Dávila, 2022, pág. 50-51). La madre de Cinco
lobitos hace todo lo posible por sacar adelante esa nueva vida que se le ha
venido encima, que se ha apoderado de su cuerpo, de sus sentimientos, de su
casa y de todo lo que antes conocía. Todo ha cambiado. Pero por más que lo
intente, una sola persona no puede afrontar tantísimas cosas. No soy capaz de
imaginar el dolor, el sufrimiento que provoca una situación así, aun habiendo
conocido el dolor y el sufrimiento. Berta Dávila acaba este libro, que no queda
claro si es novela o relato autobiográfico o autoficción [1] con
un capítulo final en el que dice: «la depresión postparto es la primera causa
de muerte de las madres durante el periodo perinatal en la mayor parte de los países
occidentales, por encima de los trastornos hipertensivos y hemorrágicos. He
escrito este libro porque estoy viva» (Dávila, 2022, pág. 140). La protagonista
de Cinco lobitos decide irse a casa
de sus padres: es la única forma de sobrevivir. Aunque eso suponga estar con
sus padres, algo que ya se nos anticipa como algo negativo, complicado. La
madre es exigente, pone pegas a todo, no dice las cosas buenas ni anima, pero
se asegura de no dejarse nada negativo o cruel por decir. Y también ayuda,
cuida del bebé lo mejor que sabe, cocina para todos y limpia. Y cuida, sobre
todo cuida. El padre es amable, cariñoso, es incluso atento. Pero es un padre,
es un hombre. Perdonadme, pero todas sabemos lo que eso significa. Nunca hace
la comida (ni siquiera sabe cocinar el pescado que siempre cocina su mujer),
pero se queja cuando algo está soso o lo ha comido varias veces esa semana. Le
da pereza tirar la basura, o pasear al bebé, o, en definitiva, cuidar. Es
atento, pero no sabe cuidar. Y tampoco es su culpa: la sociedad no le ha
educado para que cuide, no le ha enseñado a cuidar. Y la madre sabe cuidar a la
perfección, pero no sabe dar amor. ¿No sabe, o no le han sabido demostrar nunca
el amor para que ella pueda sacarlo también? «Txoria txori» es una canción que
le canta en euskera el padre de la protagonista a la madre durante una cena de
amigos. «Si le hubiera cortado las alas / habría sido mío, / no se me habría
escapado. / Si le hubiera cortado las alas / habría sido mío, / no se me habría
escapado. / Pero así, / habría dejado de ser pájaro. / Pero así, / habría
dejado de ser pájaro. / Y yo... / yo lo que amaba era el pájaro. / Y yo... / yo
lo que amaba era el pájaro». Es, probablemente, el único momento de la película
en el que sentimos que quizás sí, quizás sí hay amor entre ellos, quizás si se
quieren… aunque discutan, aunque se enfaden, aunque se peleen constantemente. Y
si… ¿y si de verdad se quieren? ¿Se pueden querer… así? ¿El amor puede ser amor
si es conflictivo, doloroso? Ella voló, enamorándose de otro, porque él no le
daba amor, no le daba cariño, no estaba con ella… se sentía sola. Es una
infidelidad, ¿pero podemos juzgar a una mujer que se sentía profundamente
infeliz? ¿Podemos juzgar a la señora que le explicaba a su amiga que se había
quedado algo de dinero que su exmarido no sabía para vivir para, por fin, vivir?
Esas mujeres que viven una cotidianidad terrible, infeliz, sin cariño,
rutinaria (pero en el mal sentido) necesitan saber que hay algo más para ellas,
que pueden salir, que pueden volar, que pueden, quizás, ser felices. Debajo del
dolor puede haber una salvación, algo que dé sentido, aunque sea durante un
instante. Pero el dolor constante es un vacío inerte, desértico, es un consumo
de tiempo, un consumo de vida, y una muerte. «Pero así, / habría dejado de ser
pájaro. / Y yo... / yo lo que amaba era el pájaro». Si no la hubiese dejado
volar, intentar ser feliz, habría dejado de ser pájaro, habría dejado de ser
ella misma. Cuando salimos de la sala le comenté esta escena a Ane diciéndole
que la madre se enamoró y voló fuera de su matrimonio, luchó por su vida, por
su bienestar, por su ternura arrebatada. Ella no sabe dar amor, no a su marido,
no a alguien que no la ha sabido querer. Y ahora, aunque vea que la quiere,
aunque vea que de vez en cuando se esfuerza por ella, por su amor, por su
cariño, por el que le debe… a ella le da miedo. Ane me dijo: yo creo que su
matrimonio fue tan mal que ahora ella ve que él está enamorado y no quiere,
porque lo pasó tan mal que no quiere ya. Cómo afrontar una relación que se rompió,
pero que sigue en tu vida. El dolor deja herida, nunca se difumina. La mancha
en la alfombra… o en el vestido, o en las entrañas. Es como un agujero, y si
cicatriza deja mancha… una mancha blanquecina… está tiesa y aunque tires de
ella algo se mantiene inmóvil… como si habitara ahí el daño y la cicatriz lo
encerrara, lo tapara, lo cubriera para que no volviera a salir… ¿y si sale? Él
se moriría de pena sin ella, y ella no puede dejarlo, aunque lo haya pensado
mil veces… ¿Es eso el amor? ¿Qué es el amor? No lo sé, no creo que nunca llegue
a saberlo, por más que lea, por más que sienta, por más que vea y escuche. Por
más que mi piel… En mi piel está grabada la herida, pero también el deseo…
¿puede nacer amor del dolor? ¿puede haber amor desde la herida? Estoy segura de
que el amor no puede hacer daño, al menos eso es lo que pienso, lo que quiero
pensar. Un amor de verdad no quiere doler, hace todo lo posible por evitarlo.
Solo quiere ser cuidado y ternura y cariño. Quiere ser un escudo, quiere ser
una cicatriz que se cierra envolviendo todo daño para que no vuelva a salir.
Cuando salimos del cine, las dos
señoras se levantan con nosotras. Una ayuda a la otra a levantarse, cogen sus
cosas y se preguntan ¿te ha gustado? Qué bonita. Y se van juntas, hablando, a
través de la noche. Eso sí, pienso… eso sí es cariño.
Bibliografía
Dávila,
B. (2022). Los seres queridos.
Barcelona: Destino.
[1] Sin entrar en
lo complicado de diferenciar esos términos, creo que este libro supone un limbo
a la hora de intentar encajonarlo en alguna de esas etiquetes (al menos, en un
principio) puesto que empieza con un prólogo (que, por lo general, asumimos que
está fuera de la narración, fuera de la historia de la obra y, en principio,
aportando algo del escritor o escritora en primera persona, como el proceso de
escritura o el contexto alrededor de ella) en el que se hace mención a la
escritura y a una amiga suya con la que queda para despedirse y con la que se
reencontrará meses después porque se casa. Después, empieza la «novela», y como
lector asumes que es una historia de ficción, ajena al prólogo. Y aquí viene el
salto, el guiño, la herida ficcional: vuelve a mencionar, dentro de la «novela»
a esa amiga suya; y es más: va a su boda. ¿Es una novela basada en esa persona
real? ¿Es una autobiografía de su vida, unas memorias, algo sincero sobre su
propia vivencia y vida? ¿O es un poco de las dos? Dávila escribe: «nunca he
experimentado el amor maternal» (2022, pág. 101). Quizás es tan difícil para
las mujeres, para las madres, decir algo así, en una sociedad que sigue
pensando que un bebé solo puede ser una bendición y algo extremadamente bueno y
feliz, que es necesario construir una ficción (aunque sea aparente, aunque no
sea de verdad, aunque sea una mentira que le hace creer al lector, pero que no
se esfuerza mucho en mantener) para poder decirla.
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