El mundo es un jardín
El mundo es un jardín de placer y
de muerte.
Nos aguarda la sombra de sus
frondas azules.
La rosa se deshoja con ruido de
ceniza
y el olor de los lirios es
intenso y tenaz.
Entre los lirios nuevos y las
rosas supremas
unimos nuestras súplicas a
gemidos antiguos.
El mundo es el jardín de las
cosas que mueren:
salvias y adormideras, el romero,
nosotras.
En el jardín hay risas
camufladas; se oyen
los invisibles pies de la brisa
en el suelo.
Y por ese jardín paseamos,
amantes,
fervorosas, conscientes de que
hemos de morir.
Marchamos al azar de nuestros
sueños. Toco
tu cuello y son tus ojos como un
lago durmiente.
Nos mira el sol con ojos
amistosos, y nunca
sabemos preocuparnos de la hora
que huye.
Marchamos lentamente, nuestra
sombra nos sigue,
arrastra el viento un largo
susurro estremecido.
Nosotras, que no hablamos de
nuestra muerte cierta,
¿habremos olvidado que se acerca
la noche?
(Vivien, 2007, pág. 120)
Renée Vivien utiliza los lirios
blancos como símbolo de sus grandes pasiones. Dice así en «Desnudez»: «Escuché
un susurrar de pétalos rozados. / Lirio entre lirios, blanco, se me mostró tu
cuerpo» (Vivien, 2007, p. 33). Además, ese símbolo usado en sus poemas tiene
relación con su biografía: la filóloga Cristina Domenech (2018) explicó cómo
Natalie Clifford Barney, la amante de Vivien, se envió a sí misma en una caja
llena de lirios blancos a la poeta británica.
Luna Miguel se comunica con ella,
a través de los siglos, el idioma y las pasiones con este poema que escribe
para la colección (h)amor:
tú me preguntaste cuanto iba a durar esto / pero mira al
lirio y respóndete a ti mismo / una flor no se cuestiona cuantos días va a durar
abierta / un lirio no sentencia ‘ah, mi belleza se marchita’/ un lirio es
abierto / bien abierto / como yo me abrí para ti / un lirio que se abre es y
nunca piensa en su final (Miguel, 2020, pp. 80-81)
Y más adelante: «la marca de la
pasión que siento / hacia las vidas que no conozco / me hace pensar que el
gesto / que la mancha / que solo el golpe de tu lengua / contra mis ojos / me
hará conservar la contusión eternamente» (Miguel, 2020, p. 87).
En Carta de una desconocida, la protagonista, loca de pasión hacia su
amante (el cual no le hace ni caso) describe como le envía cada año, por su
cumpleaños, rosas blancas (comparte color y deseo con los lirios). Él, por
supuesto, no sabe quién las envía. Y un día que ella va a su casa y le pregunta
por esas rosas blancas que tiene en un jarrón, él le responde: «las he
recibido, pero no sé quién las manda, por eso las quiero tanto» (Zweig, 2002,
p. 61). Flores y deseo, rosas y lirios, sus olores y sus largos recuerdos que
quizás no atraviesan a todo el mundo por igual. ¿Cuánto dura el recuerdo de un
deseo? ¿A dónde va el deseo cuando muere? ¿A dónde va todo el amor? Y estas
rosas, ¿quién puede tirarlas? Mientras escribo estas líneas, languidecen a mi
lado las rosas de Sant Jordi, mustias, negruzcas, tristes, mirando muy
atentamente la mesa, ya no les debe interesar el techo como antes. ¿Qué haré
con ellas, podré tirarlas? ¿O las guardaré, para recordarlas, como mis deseos?
Bibliografía:
Domenech, C. (29 mayo de 2018).
«En otra ocasión se envió a sí misma dentro de una caja llena de lirios a una
de sus amantes» [Tweet]. Twitter.
https://twitter.com/firecrackerx/status/979436360657448962?s=20. [última
consulta el 3 de mayo de 2022].
Miguel, L. (2020). «Jugo». En S.
Cendal (Ed.), (h)amor 5 húmedo (pp. 65-93). Madrid: Editorial Continta Me
Tienes.
Vivien, R. (2007). Poemas (A. Luque, Ed.). Zaragoza:
Ediciones Igitur.
Zweig, S. (2002). Carta de una desconocida. Barcelona:
Acantilado.

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