lunes, 2 de mayo de 2022

A modo de presentación

 

El mundo es un jardín

El mundo es un jardín de placer y de muerte.

Nos aguarda la sombra de sus frondas azules.

La rosa se deshoja con ruido de ceniza

y el olor de los lirios es intenso y tenaz.

 

Entre los lirios nuevos y las rosas supremas

unimos nuestras súplicas a gemidos antiguos.

El mundo es el jardín de las cosas que mueren:

salvias y adormideras, el romero, nosotras.

 

En el jardín hay risas camufladas; se oyen

los invisibles pies de la brisa en el suelo.

Y por ese jardín paseamos, amantes,

fervorosas, conscientes de que hemos de morir.

 

Marchamos al azar de nuestros sueños. Toco

tu cuello y son tus ojos como un lago durmiente.

Nos mira el sol con ojos amistosos, y nunca

sabemos preocuparnos de la hora que huye.

 

Marchamos lentamente, nuestra sombra nos sigue,

arrastra el viento un largo susurro estremecido.

Nosotras, que no hablamos de nuestra muerte cierta,

¿habremos olvidado que se acerca la noche?

(Vivien, 2007, pág. 120)

 


Renée Vivien utiliza los lirios blancos como símbolo de sus grandes pasiones. Dice así en «Desnudez»: «Escuché un susurrar de pétalos rozados. / Lirio entre lirios, blanco, se me mostró tu cuerpo» (Vivien, 2007, p. 33). Además, ese símbolo usado en sus poemas tiene relación con su biografía: la filóloga Cristina Domenech (2018) explicó cómo Natalie Clifford Barney, la amante de Vivien, se envió a sí misma en una caja llena de lirios blancos a la poeta británica.

Luna Miguel se comunica con ella, a través de los siglos, el idioma y las pasiones con este poema que escribe para la colección (h)amor:

tú me preguntaste cuanto iba a durar esto / pero mira al lirio y respóndete a ti mismo / una flor no se cuestiona cuantos días va a durar abierta / un lirio no sentencia ‘ah, mi belleza se marchita’/ un lirio es abierto / bien abierto / como yo me abrí para ti / un lirio que se abre es y nunca piensa en su final (Miguel, 2020, pp. 80-81)

Y más adelante: «la marca de la pasión que siento / hacia las vidas que no conozco / me hace pensar que el gesto / que la mancha / que solo el golpe de tu lengua / contra mis ojos / me hará conservar la contusión eternamente» (Miguel, 2020, p. 87).

En Carta de una desconocida, la protagonista, loca de pasión hacia su amante (el cual no le hace ni caso) describe como le envía cada año, por su cumpleaños, rosas blancas (comparte color y deseo con los lirios). Él, por supuesto, no sabe quién las envía. Y un día que ella va a su casa y le pregunta por esas rosas blancas que tiene en un jarrón, él le responde: «las he recibido, pero no sé quién las manda, por eso las quiero tanto» (Zweig, 2002, p. 61). Flores y deseo, rosas y lirios, sus olores y sus largos recuerdos que quizás no atraviesan a todo el mundo por igual. ¿Cuánto dura el recuerdo de un deseo? ¿A dónde va el deseo cuando muere? ¿A dónde va todo el amor? Y estas rosas, ¿quién puede tirarlas? Mientras escribo estas líneas, languidecen a mi lado las rosas de Sant Jordi, mustias, negruzcas, tristes, mirando muy atentamente la mesa, ya no les debe interesar el techo como antes. ¿Qué haré con ellas, podré tirarlas? ¿O las guardaré, para recordarlas, como mis deseos?

 

 

Bibliografía:

Domenech, C. (29 mayo de 2018). «En otra ocasión se envió a sí misma dentro de una caja llena de lirios a una de sus amantes» [Tweet]. Twitter. https://twitter.com/firecrackerx/status/979436360657448962?s=20. [última consulta el 3 de mayo de 2022].

Miguel, L. (2020). «Jugo». En S. Cendal (Ed.), (h)amor 5 húmedo (pp. 65-93). Madrid: Editorial Continta Me Tienes.

Vivien, R. (2007). Poemas (A. Luque, Ed.). Zaragoza: Ediciones Igitur.

Zweig, S. (2002). Carta de una desconocida. Barcelona: Acantilado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Soledad y el mar

  Hacía ya un tiempo que no conseguía ordenar mi cabeza. El calor me seca el cerebro. No soy capaz de pensar, o no con propiedad. Pienso dem...