lunes, 9 de mayo de 2022

Ni mi norte ni mi tiempo se ven en brújula o reloj


Esta casa es pequeña, y eso puede ser negativo. Debería ser negativo. Esta semana hará… ocho meses de que nos mudamos. La casa es pequeña pero leo y a pocos metros (muy pocos) tú cortas las patatas (crack, crack) y enciendes el horno (suena ese aire interno, y su luz), luego sacas la bandeja (ese sonido de metal contra metal), colocas las patatas en una bolsa, echas un poco de aceite y sal y la meneas con tus manos. Echas las patatas sobre la bandeja, y las esparces, tiras la bolsa y metes la bandeja (metal contra metal). Cortas la sandía (crack, crack). Llevas una diadema en el pelo («es que me da calor el flequillo») y nos hemos mirado a los ojos tanto durante estas horas que no sé si existo o sueño (como leo en «El balneario», me vuelvo loca como su protagonista, o solo sueño como ella, no sé, ¿soñaré? ¿soñará ella?). «Qué jugosa», me miras para que te mire y levantas el cuchillo rojo sobre la tabla, del que se desprenden un montón de gotitas. Recuerdo eso que acabo de leer: «antes de nada miré a Carlos, para orientarme, como cuando se despierta uno y mira el reloj» (Martín Gaite, 2010, pág. 20). Eso hago cada mañana. Pero ya no miro el reloj... Mi tiempo no se ve ahí. Mi norte, mi lirio blanco, la esperanza, el único sentido... El hueco, enterrado, lleno de tierra, lleno de raíces. Mira las flores, siempre las flores... Te gustan las flores. Por eso plantaste un rosal aquí. Y yo, echo raíces.

 



Bibliografía

Martín Gaite, C. (2010). El balneario. Madrid: Siruela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Soledad y el mar

  Hacía ya un tiempo que no conseguía ordenar mi cabeza. El calor me seca el cerebro. No soy capaz de pensar, o no con propiedad. Pienso dem...