Me desnudé ante una luz. ¿Qué hacer
sino? Brillaba y salpicaba, mi piel se derretía a su contacto, fluía, se
transformaba, se unía, todo era uno y a la vez nada, el vacío se llenaba y
desaparecía, la materia cambiaba de forma, el mundo seguía exactamente igual
que siempre. La luz era tan blanca y amarilla que me deslumbraba, me cegaba, no
veía mis pasos pero sí mi destino, sí mi camino. No sabía dónde estaba pero sí
a dónde iba. Sabía que este era mi destino, desde siempre. En ese instante lo
supe: esto era. Mi cuerpo goteaba como esa luz, se partía en unidades, se
volvía líquido. Soñaba. Quemaba o mi cuerpo estaba muy caliente, ahora ya no
era líquido era fuego y podría quemar esa casa, podría derretir esas paredes,
todos me verían y a la vez el mundo terminaría. ¿Seguiría todo exactamente
igual que siempre? Yo, sin duda, no. Me tumbé en el suelo y me dejé bañar, el
suelo estaba frío y el contraste se notaba todavía más por mi cuerpo ardiendo.
Veía las gotas, la lluvia, ese fuego amarillo cayendo sobre mi cuerpo,
marcándome, lloviéndome. No podía hacer otra cosa más que abrazarlo, dejar que
me transformara, dejar que penetrara mi piel y se fundiera con lo más profundo
de mis entrañas, con mis células y mi sangre. Ahora mi sangre también sería
dorada, blanca, amarilla y brillante. Sería fuego. Mi boca se abría, no podía
cerrarla, y mis pies sentían los calambres que provocaban cada una de esas
gotas en contacto con mi piel. Yo también cambiaba de color, y de forma.
Parecía que cada vez me fundía más con el suelo, era mármol, blanco, y yo me
derretía encima suyo. ¿Qué sería de mí ahora? ¿Cómo podría sentir placer
después de haber vivido la lluvia, el fuego, la luz? La luz. Mis ojos seguían
cegados pero ahora, incluso con ellos cerrados, veía. Todo cobraba sentido en
el fondo de mi alma, la oscuridad desaparecía, yo enterraba raíces, me volvía
suelo, tierra, centro del universo. Yo era el sol, la destrucción de los
planetas y el inicio. Me volví luz. Ante ella me desnudé. Y nací.
Al día siguiente los periódicos no
dijeron nada. En las portadas había noticias ajenas, rotas, dolor y muerte.
Esta noticia habría encajado a la perfección con las otras, pero la muerte de
una persona quemada hasta la muerte por las chispas constantes de una sierra
eléctrica no tendría por qué interesar a nadie. Solo a los más macabros, a los
más aburridos. En un pequeño y discreto rincón del periódico local, se leía: “Ayer,
día tal del tal, a las tal del medio día, una persona sin identificar debido a
las deformaciones que ha sufrido su cuerpo, fue vista desnudarse en mitad de la
calle al ver que en un portal cercano un trabajador cortaba algo de metal con
una motosierra eléctrica. Al parecer, dicha persona se quedó petrificada ante
tan cotidiana operación y, sin más explicación, se desnudó y corrió sobre las
chispas. El trabajador, con casco y gafas para no sufrir daños, no se dio
cuenta hasta pasado un rato, cuando se giró y vio a esa persona tirada en el
suelo quemada y desfigurada por las chispas constantes que soltaba esa
motosierra eléctrica. En el cuerpo se ha podido observar que el flujo constante
de esa lluvia de chispas amarillas penetró en su piel hasta dejar visible en
algunas partes sus huesos, que ahora lucían ennegrecidos y agujereados. Los
ojos de la víctima se derritieron por completo, y esta yacía en el suelo con
las piernas abiertas y la piel pegada a las baldosas. Según informan los
administradores del edificio, se ha tenido que contratar un equipo de limpieza especializado
para deshacerse de los trozos de piel que se quedaron adheridos a las baldosas
del suelo. Las obras que había se han paralizado hasta terminar las labores de
limpieza e investigación, y el ayuntamiento evalúa la creación de un plan de
seguridad para evitar posibles muertes debidas a estos chispazos, que se han
convertido en la estética habitual de cualquier ciudad. Todavía siguen
investigando el caso. Si alguien vio algo o puede aportar alguna identificación
útil, por favor, póngase en contacto con tal y tal”.
Ese día, el sol se escondió detrás
de las nubes y un ruido lejano, atmosférico y grave, cubrió el cielo de
oscuridad. El ruido era tan penetrante e inexplicable que en los pensamientos
de la poca gente que salió a la calle a ver ese fenómeno bailaba la idea de
que, quizás, el fin del mundo estuviese llegando. Pero ese pensamiento fugaz
abandonaba rápido cualquier cabeza, para seguir cada uno, como cada día, en sus
anodinas vidas.
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