Un zumo con piña. ¿Y por aquí?
¿Un café con leche? Yo… yo un agua. Y yo zumo. Dos zumos y un agua perfecto. El
camarero se va. Es el mismo que nos ha atendido a nosotras cuando hemos
llegado. Nos ha costado bastante levantarnos (¡hemos madrugado!) y nos hemos
venido para Els Tres Tombs. Por algún motivo creo que a Ane tampoco le emociona
mucho venir, pero siempre que lo hacemos se queda mirando el televisor en donde
están poniendo uno de esos programas de la MTV con los mejores videoclips del
pop, del 2000, etc. Nos hemos sentado en una de las mesas de fuera, esas que
siempre que pasaba por aquí hace unos meses (cuando todavía iba a la
biblioteca) veía a señoras sentadas desayunando, o a gente leyendo a la sombra,
y me despertaba un no sé qué de emoción y deseo que nunca acababa de suplir.
Hoy era el día. Ane dijo: ¿estás segura de que tendrán algo dulce? Hombre,
siempre veo a señoras desayunando… supongo que sí, ¿no? Llegamos (yo tenía la
intención de ir dentro porque tenía mucho calor y dentro habría aire
acondicionado) y Ane propone que nos sentemos en esas mesas que yo veía, que yo
deseaba, en las que yo me imaginaba desayunando en paz y calma cada mañana que
pasaba por delante. Nos sentamos y viene a atendernos el camarero (sí, el del
principio). Café con hielo, zumo de naranja y dos cruasanes normales. Charlamos
un poco, Ane bebe y come mientras yo me enrollo como las persianas y luego se
va al baño. Yo saco mis apuntes mientras escucho que a mi derecha una señora
mayor tose y habla muy agudo al camarero. Perdona, es que estoy muy constipada.
Ane vuelve y me da un beso, nos vemos luego. Se va al gimnasio y yo me quedo
estudiando. Me cuesta mucho prestar atención a nada relacionado con esas hojas
escritas delante de mí y doy un sorbo a mi café con hielo (que está
prácticamente entero) mientras miro a mi alrededor: el Mercat de Sant Antoni,
majestuoso, dorado, morado, la gente paseando, conversaciones entre las que me
cuelo y husmeo y luego salgo, como las olas de la playa que llevan arena y la
arrastran, van y vienen, van y vuelven, la señora tose y saluda a alguien. Giro
un poco la cabeza, disimuladamente: espera, son ellas. Sí, sí, ¡son ellas! Cada
vez que iba a la biblioteca, todas las mañanas, pasaba por este bar y deseaba
tener el tiempo, tener la calma, tener la suerte de poder venirme cada mañana
aquí a desayunar, a leer (¿deseaba, acaso, ser una jubilada?). Y luego, todos
los días cuando volvía a casa y volvía a pasar por aquí veía lo mismo: cuatro
señoras, sentadas en una mesa de dentro, la de la esquina, siempre sentadas
exactamente en las mismas sillas, de forma que cada día podía ver a la misma
señora. Pelo gris, gafas gruesas y redondas, la cara redondita. Siempre que
pasaba estaba callada, siempre mirando a sus amigas. Muchas veces cruzábamos
miradas. ¿Se acordaría de mí? ¿Me reconocería, de tantas veces que pasaba por
ahí? Había días que no las veía, que encontraba su silla vacía, la mesa ocupada
por otras personas, ¿qué les habría pasado? ¿hoy no habrían quedado? Así día
tras día. Todos los días. Buscando su ausencia o su presencia. Recordándola,
pensando, ¿por qué me fijo en ella? Y aquí están, hoy, después de tantas
semanas sin buscar, sin mirar, sin volver… Ya no hay olas, pero ahora sí es
verano… Quedan tantos días de verano… Y aquí están, hoy, a mi lado, les pongo
voz, les pongo casi nombre… ¿Han cambiado de mesa? ¿El verano les habrá hecho
cambiar? Me pregunto… aquellos días que me encontraba con su mesa ausente,
¿sería en realidad porque se habrían sentado en otro sitio? Intento ocultar mi
entusiasmo de escritora y me pongo a leer, a subrayar, a dejar pasar el tiempo
a mi alrededor. Cuando el camarero vuelve con el zumo y el agua dice, perdona,
no tenemos zumo con piña, se ha terminado, ah, no te preocupes, responde ella, zumo
de melocotón está bien, pero espera esto es mucho hielo, toma para ti no quiero
tanto hielo. El camarero se va para volver con el zumo de melocotón, apúntalo,
¿eh, Antonio? y las señoras prosiguen su conversación, interrumpida por algunas
toses de la señora que ya estaba allí. Me fascina como enlazan un tema con el
otro. Es el cumpleaños de una de ellas (¡la que yo siempre veía por la
ventana!) y cuando le va a dar dos besos a la que tose esta le dice a mí no me
beses, estoy muy constipada. A mí eso me da igual, y la besa. Y se ponen a
hablar de lo malo que es constiparse en verano, es que un constipado solo busca
calor, bebidas calientes, abrigo, y en verano claro, eso no se puede… Luego se
ponen a hablar de la panadería que tienen cerca de casa… que el pan está muy
rico, qué bien vende la chica, ¿y te acuerdas de esta otra chica? Era un
maniquí… qué bien le quedaba todo y qué bien lo vendía, qué maja… Los
recuerdos, la memoria… en estas mujeres, cualquier retahíla llama al pasado,
inevitablemente. Sus amigas son sus autobiografías, sus memorias, sus huellas
físicas en un mundo que cae, que ven caer… Qué mayores estamos ya, ¿cuántos
tienes tú? Yo 60 y… 89. Y esta 87. Y me parece entender que la cumpleañera
tiene 90 y pico… No hago más que pensar, sí… son como ella, son como ellas…
Cuando era pequeña, mi madre me dejaba con mi abuela, a veces a su casa, otras
veces a la cafetería donde estaba desayunando o almorzando con sus amigas. Era
pequeña… no debía prestar atención a sus conversaciones. Nunca me dijeron que
no escuchara, que iban a hablar de cosas de mayores, que me fuera a jugar…
siempre me intentaban incluir en sus conversaciones, y yo tampoco me sentía
excluida. Estaba con mi abuela, y sus amigas formaban parte de mí como lo
formaba ella. Del mismo modo. Me apetecía ir con ellas, ¿cuándo iremos todas
juntas a la playa? Mi abuela debía estar hasta las narices de mí, de mi
insistencia, de mi cabezonería… Al final íbamos, claro, una de sus amigas me
enseñó a flotar, me intentó enseñar a nadar (mi madre siempre ha tenido mucho
respeto al agua y nunca se iba más allá de la orilla, yo lloraba en las clases
de natación del colegio: no sabía nadar, me daba miedo nadar y, a la vez, el
agua era el lugar que más paz y tranquilidad me daba del mundo). Así que ahí me
iba con ella, a nadar con ella, me daba seguridad y sabía que sería capaz de
hacer cualquier cosa mientras ellas estuviesen a mi alrededor vigilándome y
ayudándome. No era como si estuviesen supervisándome: más bien me daban apoyo,
me convencían de que podría, me daban la seguridad que necesitaba. También, esa
misma amiga, me enseñó a dar masajes. Nos los dábamos mutuamente y al final me
regaló un libro sobre ello que ella consideraba la biblia. Me había hablado
varias veces de él, y no pensé que me lo fuera a regalar nunca. Ni siquiera se
lo pedí: sabía que era preciado para ella. Así que cuando un día vino a la
playa con él para regalármelo… sentí un gran vínculo de ternura y cariño con
ella. Y con la playa, y el mar, y los cuidados… Mi abuela y sus amigas eran mi
paz y mi cariño… Sabía lo que era el amor porque veía su amistad, y el modo en
el que me trataban, como si al ser nieta de una de ellas ya fuera nieta de
todas… amiga de todas, familia de todas… No sé qué pasó después. Nunca más
volví a verla. No sé si se pelearon o se mudó… recuerdo que me dolió mucho eso.
Fue como una pérdida para mí. Como si alguien de mi sangre se fuera… Esa
amistad era lo más real que podía existir en el mundo para mí, para esa mente
de niña inocente que solo observa y crea e imagina con su mirada. Y se rompió.
Mi memoria era imaginación y sueños… Soñaba con una amistad así. No: soñaba con
un cariño así, tan gratuito, tan desinteresado… Me sentía querida. Me sentía
querida de verdad…
Creo que alguna vez más nos la
encontramos en la playa, tiempo después, mi madre y yo, cuando ya no venía mi
abuela con nosotras porque era ya muy pesado para sus piernas… Ella estaba
sola. Tomando el sol boca abajo (era la persona que más morena se ponía de
todas las personas que yo conocía), sobre un cacharrito que tenía para
sujetarse la cabeza. No sé si la llamamos o fuimos a decirle algo… recuerdo que
mi madre estaba poco interesada en saludarla. Yo insistí. Recuerdo que me
saludó con cariño, pero no sé por qué… en mi memoria habita algo de tristeza
relacionada con esa imagen, por alguna razón… no recuerdo qué me dijo, ni qué
cara puso, no recuerdo qué pasó… recuerdo solo su amabilidad. Pero… ¿por qué
veo tanta tristeza…?
La otra amiga con la que íbamos
se echó novio (como a los sesenta o setenta que tenía, creo que era viuda) y
dejó de ver a sus amigas. Bueno, no es que dejara de verlas… pero dejó de
quedar tanto. Y ellas empezaron a quedar por su cuenta, viendo que ella ya no
venía tanto. Así que es como si el grupo siguiera su vida sin ella. Y poco
después la que me enseñó a nadar también se acabó yendo. No sé si alguna vez me
explicaron qué pasó. No se rompieron relaciones, no recuerdo eso. Simplemente…
se distanciaron. Si solo hubiesen seguido siendo amigas durante más tiempo…
¿qué habría sido de mi crecimiento como persona, mi crecimiento emocional?
¿Habría cambiado? ¿Habría encontrado confidentes donde no los tenía? ¿Habría
crecido con más seguridad? ¿O habría sido todo igual que siempre? O mejor… qué
poco me rompí cuando se rompió…
Ahora, cada vez que floto en el
agua cierro los ojos. Llega el verano y todo lo que quiero es ir al agua,
dejarme abrazar por él, sentir mi cuerpo ligero como una pluma… Floto y mi
mente se teletransporta a una seguridad antigua, a una paz lejana… Al cariño…
Vuelve al cariño… Allí en las olas siempre me esperará…
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