martes, 26 de julio de 2022

Arena de playa y un diario

 

Luna Miguel, en Leer mata, cita a Blanchot: «escribir la autobiografía de uno mismo, ya sea para confesarse, ya sea para analizarse, ya sea para exponerse a los ojos de todos, al modo de una obra de arte, quizás es tratar de sobrevivir, pero mediante un suicidio perpetuo, muerte total en cuanto fragmentaria» (2022, pág. 75). Es difícil evocar la memoria sin doler, sin morir. Es difícil contar sin herir. Escribo sobre mí misma, a veces. Pero no sé por qué. ¿Pretendo sanar, herir, crear belleza, romper la belleza, sobrevivir? ¿Lo consigo, acaso? Nada. Quería escribir sobre cómo siento mi identidad ahora mismo, en este preciso instante, cómo siento que me he convertido en una esposa, ama de casa, una madre, una don nadie, lo duro que es hacer tanto y no ser nada. ¿Por qué cuando pensamos en esas mujeres de hace años (o incluso de este año) que limpian, que cuidan, que dan todo, decimos que solo hacen eso? Solo limpian, solo te hacen la comida, solo mantienen literalmente toda tu vida. Esas mujeres, madres, esposas, sostienen el mundo, siempre lo han hecho. Y son anónimas, no sabemos cómo se llaman, no sabemos cómo sentían, qué sentían. Llevo días preguntándome: ¿cómo no se suicidaron? Me levanto, salgo, vuelvo, hace calor, friego los cacharros, hago la comida, la pica vuelve a llenarse, hago la cama, comemos, me quedo sola de nuevo, ocupo mi tiempo en cosas que me hacen olvidar que me sobra demasiado tiempo, hago otra vez la comida, la pica sigue llena, ahora todavía más, sigue haciendo calor, cenamos, vivo unos minutos y en seguida ya tengo sueño, me voy a lavar los dientes y por el camino veo la pica llena que tendré que fregar mañana, otra vez, levantarme, fregar, cocinar, limpiar, hacer la cama, cocinar, cenar, dormir, levantarme, fregar, cocinar… Cuando llega la noche y por fin llega ella, la vida se relaja un poco, mis pensamientos se pausan, nos abrazamos y hablamos, está muy cansada así que le hago cosquillas, la animo, hablamos. Quizás no está todo perfecto ahora mismo, pero lo estará, nos prometemos eso, nos hacemos promesas que no sabemos si nosotras podremos siquiera cumplir. ¿De qué depende? Nos creemos videntes, sí, sí, estará todo bien, lo siento, lo he visto, mis corazonadas palpitan en mi interior y yo las interpreto, les doy sentido, digo ¡sí! ¡Ahí está! ¡Así será nuestro futuro! Es que mi corazón ha palpitado de una forma especial que no hace normalmente, y tiene que ser por eso. Damos sentido, ¿lo tiene? ¿Algo? Nos dormimos, sigue haciendo calor, me pica todo el cuerpo porque los mosquitos no tienen piedad conmigo. Me paso el día pegada a mi cuerpo y mi cuerpo es una compañía terrible, suda, pica, sufre. Intento despistarlo, me duermo, me abrazo al sueño, así no pienso, así no existen preocupaciones, ni hay que fregar, ni olvidar. Ni ocupar mi tiempo. Cuando duermo no hay tiempo. Cuando duermo no hay nada. Pero me despierto, ella se va. Otro día más. Es que todos son idénticos. Siento que algo en mi cuerpo, algo familiar, empieza a ocupar, empieza a hacerse notar, a teñir, a reírse de mí. A veces lloro y en seguida me duele la cabeza, ya no sé si es el calor o el dolor. Pienso que mi tristeza es como la arena de la playa, hay tanta, es tan diminuta, se cuela por todas partes y te la sacudes bien, una vez tras otra, pero cuando llegas a casa y te desvistes y sacas las cosas de la mochila… empiezas a oír cómo cae al suelo, porque es prácticamente invisible cuando se cuela en los bolsillos y en los pliegues de la ropa, pero sabes que está ahí. Suena, pinta el suelo. Veo esos diminutos bultitos mínimamente iluminados por la luz que entra por la ventana, colándose en cualquier rincón de la casa. Me cuesta mucho deshacerme de la arena de la playa. Me cuesta… Me gusta el mar, me gusta mirarlo, escucharlo, me relaja, no pienso, o pienso mucho, pero está bien, veo el horizonte, no llego a terminarlo, y eso está bien, sé que sigue, está bien. El mar devuelve la arena, la recoge, la arrastra y la devuelve. Continuamente. Hay tanta. En La bajamar la presencia del agua, del mar, del río es constante. Es un recuerdo, es el origen, es una historia familiar. Es como una caracola… acercas el oído y siempre se escucha el fondo del mar. Solo si aguzas bien el oído… Sus protagonistas intentan recordar, intentan dejar su memoria a alguien, hacerla constar, que exista, que no se olvide… Si no se olvida ellas vivirán, pero la memoria es confusa… Y duele. ¿Cómo tratarla? ¿Cómo hablar de ella sin herirte? Es difícil establecer una memoria, hablar de tu memoria, hablar de tu presente, o de lo que fue, o de lo que esperas que sea… Es difícil porque las palabras crecen en la boca del estómago y es justo ahí donde empiezan a doler. Y su recorrido es lento, va despacio, tiene mucho camino para herir. En la garganta se forma un nudo, tú ya sabes qué hay ahí… qué intentas decir… por eso el nudo, no sabes deshacerlo, seré ama de casa, pero nunca me enseñaron a coser… soy una esposa de otro mundo, de un mundo en dónde no debería haber ya esposas… pero el sistema se empeña en crearlas. No sé deshacerlo y lo vomito. Sale de mi boca ensuciándome, provocándome un sabor agrio, amargo, que me irrita por dentro. Evocar la memoria… Para Blanchot es un suicidio, es una rotura, es una fragmentación inevitable. Y sí, puede que lo sea, lo es. ¿Pero no es acaso vivir también una forma de suicidio, una forma de dar muerte, de romper, de doler, de herir, de tratar de sobrevivir? Quizás escribiendo solo tratamos de establecer, de ocupar, de dejar una constancia… algo que no pueda olvidarse… puedo elegir no volver aquí, pero si lo hago, sé que recordaré esto, este instante, este momento, el nudo, la arena, fregar, recoger, cocinar, el calor… Es verano, ¿sabías? Y siento que tengo la playa en casa, pero el mar me queda tan lejos… Ojalá lograra escucharlo. Ojalá estás letras fueran el fondo de una caracola...

 

Miguel, L. (2022). Leer mata. Valencia: La Caja Books.

Moreno Durán, A. (2022). La bajamar. Barcelona: Random House.

miércoles, 20 de julio de 2022

Flotar

 

Un zumo con piña. ¿Y por aquí? ¿Un café con leche? Yo… yo un agua. Y yo zumo. Dos zumos y un agua perfecto. El camarero se va. Es el mismo que nos ha atendido a nosotras cuando hemos llegado. Nos ha costado bastante levantarnos (¡hemos madrugado!) y nos hemos venido para Els Tres Tombs. Por algún motivo creo que a Ane tampoco le emociona mucho venir, pero siempre que lo hacemos se queda mirando el televisor en donde están poniendo uno de esos programas de la MTV con los mejores videoclips del pop, del 2000, etc. Nos hemos sentado en una de las mesas de fuera, esas que siempre que pasaba por aquí hace unos meses (cuando todavía iba a la biblioteca) veía a señoras sentadas desayunando, o a gente leyendo a la sombra, y me despertaba un no sé qué de emoción y deseo que nunca acababa de suplir. Hoy era el día. Ane dijo: ¿estás segura de que tendrán algo dulce? Hombre, siempre veo a señoras desayunando… supongo que sí, ¿no? Llegamos (yo tenía la intención de ir dentro porque tenía mucho calor y dentro habría aire acondicionado) y Ane propone que nos sentemos en esas mesas que yo veía, que yo deseaba, en las que yo me imaginaba desayunando en paz y calma cada mañana que pasaba por delante. Nos sentamos y viene a atendernos el camarero (sí, el del principio). Café con hielo, zumo de naranja y dos cruasanes normales. Charlamos un poco, Ane bebe y come mientras yo me enrollo como las persianas y luego se va al baño. Yo saco mis apuntes mientras escucho que a mi derecha una señora mayor tose y habla muy agudo al camarero. Perdona, es que estoy muy constipada. Ane vuelve y me da un beso, nos vemos luego. Se va al gimnasio y yo me quedo estudiando. Me cuesta mucho prestar atención a nada relacionado con esas hojas escritas delante de mí y doy un sorbo a mi café con hielo (que está prácticamente entero) mientras miro a mi alrededor: el Mercat de Sant Antoni, majestuoso, dorado, morado, la gente paseando, conversaciones entre las que me cuelo y husmeo y luego salgo, como las olas de la playa que llevan arena y la arrastran, van y vienen, van y vuelven, la señora tose y saluda a alguien. Giro un poco la cabeza, disimuladamente: espera, son ellas. Sí, sí, ¡son ellas! Cada vez que iba a la biblioteca, todas las mañanas, pasaba por este bar y deseaba tener el tiempo, tener la calma, tener la suerte de poder venirme cada mañana aquí a desayunar, a leer (¿deseaba, acaso, ser una jubilada?). Y luego, todos los días cuando volvía a casa y volvía a pasar por aquí veía lo mismo: cuatro señoras, sentadas en una mesa de dentro, la de la esquina, siempre sentadas exactamente en las mismas sillas, de forma que cada día podía ver a la misma señora. Pelo gris, gafas gruesas y redondas, la cara redondita. Siempre que pasaba estaba callada, siempre mirando a sus amigas. Muchas veces cruzábamos miradas. ¿Se acordaría de mí? ¿Me reconocería, de tantas veces que pasaba por ahí? Había días que no las veía, que encontraba su silla vacía, la mesa ocupada por otras personas, ¿qué les habría pasado? ¿hoy no habrían quedado? Así día tras día. Todos los días. Buscando su ausencia o su presencia. Recordándola, pensando, ¿por qué me fijo en ella? Y aquí están, hoy, después de tantas semanas sin buscar, sin mirar, sin volver… Ya no hay olas, pero ahora sí es verano… Quedan tantos días de verano… Y aquí están, hoy, a mi lado, les pongo voz, les pongo casi nombre… ¿Han cambiado de mesa? ¿El verano les habrá hecho cambiar? Me pregunto… aquellos días que me encontraba con su mesa ausente, ¿sería en realidad porque se habrían sentado en otro sitio? Intento ocultar mi entusiasmo de escritora y me pongo a leer, a subrayar, a dejar pasar el tiempo a mi alrededor. Cuando el camarero vuelve con el zumo y el agua dice, perdona, no tenemos zumo con piña, se ha terminado, ah, no te preocupes, responde ella, zumo de melocotón está bien, pero espera esto es mucho hielo, toma para ti no quiero tanto hielo. El camarero se va para volver con el zumo de melocotón, apúntalo, ¿eh, Antonio? y las señoras prosiguen su conversación, interrumpida por algunas toses de la señora que ya estaba allí. Me fascina como enlazan un tema con el otro. Es el cumpleaños de una de ellas (¡la que yo siempre veía por la ventana!) y cuando le va a dar dos besos a la que tose esta le dice a mí no me beses, estoy muy constipada. A mí eso me da igual, y la besa. Y se ponen a hablar de lo malo que es constiparse en verano, es que un constipado solo busca calor, bebidas calientes, abrigo, y en verano claro, eso no se puede… Luego se ponen a hablar de la panadería que tienen cerca de casa… que el pan está muy rico, qué bien vende la chica, ¿y te acuerdas de esta otra chica? Era un maniquí… qué bien le quedaba todo y qué bien lo vendía, qué maja… Los recuerdos, la memoria… en estas mujeres, cualquier retahíla llama al pasado, inevitablemente. Sus amigas son sus autobiografías, sus memorias, sus huellas físicas en un mundo que cae, que ven caer… Qué mayores estamos ya, ¿cuántos tienes tú? Yo 60 y… 89. Y esta 87. Y me parece entender que la cumpleañera tiene 90 y pico… No hago más que pensar, sí… son como ella, son como ellas… Cuando era pequeña, mi madre me dejaba con mi abuela, a veces a su casa, otras veces a la cafetería donde estaba desayunando o almorzando con sus amigas. Era pequeña… no debía prestar atención a sus conversaciones. Nunca me dijeron que no escuchara, que iban a hablar de cosas de mayores, que me fuera a jugar… siempre me intentaban incluir en sus conversaciones, y yo tampoco me sentía excluida. Estaba con mi abuela, y sus amigas formaban parte de mí como lo formaba ella. Del mismo modo. Me apetecía ir con ellas, ¿cuándo iremos todas juntas a la playa? Mi abuela debía estar hasta las narices de mí, de mi insistencia, de mi cabezonería… Al final íbamos, claro, una de sus amigas me enseñó a flotar, me intentó enseñar a nadar (mi madre siempre ha tenido mucho respeto al agua y nunca se iba más allá de la orilla, yo lloraba en las clases de natación del colegio: no sabía nadar, me daba miedo nadar y, a la vez, el agua era el lugar que más paz y tranquilidad me daba del mundo). Así que ahí me iba con ella, a nadar con ella, me daba seguridad y sabía que sería capaz de hacer cualquier cosa mientras ellas estuviesen a mi alrededor vigilándome y ayudándome. No era como si estuviesen supervisándome: más bien me daban apoyo, me convencían de que podría, me daban la seguridad que necesitaba. También, esa misma amiga, me enseñó a dar masajes. Nos los dábamos mutuamente y al final me regaló un libro sobre ello que ella consideraba la biblia. Me había hablado varias veces de él, y no pensé que me lo fuera a regalar nunca. Ni siquiera se lo pedí: sabía que era preciado para ella. Así que cuando un día vino a la playa con él para regalármelo… sentí un gran vínculo de ternura y cariño con ella. Y con la playa, y el mar, y los cuidados… Mi abuela y sus amigas eran mi paz y mi cariño… Sabía lo que era el amor porque veía su amistad, y el modo en el que me trataban, como si al ser nieta de una de ellas ya fuera nieta de todas… amiga de todas, familia de todas… No sé qué pasó después. Nunca más volví a verla. No sé si se pelearon o se mudó… recuerdo que me dolió mucho eso. Fue como una pérdida para mí. Como si alguien de mi sangre se fuera… Esa amistad era lo más real que podía existir en el mundo para mí, para esa mente de niña inocente que solo observa y crea e imagina con su mirada. Y se rompió. Mi memoria era imaginación y sueños… Soñaba con una amistad así. No: soñaba con un cariño así, tan gratuito, tan desinteresado… Me sentía querida. Me sentía querida de verdad…

Creo que alguna vez más nos la encontramos en la playa, tiempo después, mi madre y yo, cuando ya no venía mi abuela con nosotras porque era ya muy pesado para sus piernas… Ella estaba sola. Tomando el sol boca abajo (era la persona que más morena se ponía de todas las personas que yo conocía), sobre un cacharrito que tenía para sujetarse la cabeza. No sé si la llamamos o fuimos a decirle algo… recuerdo que mi madre estaba poco interesada en saludarla. Yo insistí. Recuerdo que me saludó con cariño, pero no sé por qué… en mi memoria habita algo de tristeza relacionada con esa imagen, por alguna razón… no recuerdo qué me dijo, ni qué cara puso, no recuerdo qué pasó… recuerdo solo su amabilidad. Pero… ¿por qué veo tanta tristeza…?

La otra amiga con la que íbamos se echó novio (como a los sesenta o setenta que tenía, creo que era viuda) y dejó de ver a sus amigas. Bueno, no es que dejara de verlas… pero dejó de quedar tanto. Y ellas empezaron a quedar por su cuenta, viendo que ella ya no venía tanto. Así que es como si el grupo siguiera su vida sin ella. Y poco después la que me enseñó a nadar también se acabó yendo. No sé si alguna vez me explicaron qué pasó. No se rompieron relaciones, no recuerdo eso. Simplemente… se distanciaron. Si solo hubiesen seguido siendo amigas durante más tiempo… ¿qué habría sido de mi crecimiento como persona, mi crecimiento emocional? ¿Habría cambiado? ¿Habría encontrado confidentes donde no los tenía? ¿Habría crecido con más seguridad? ¿O habría sido todo igual que siempre? O mejor… qué poco me rompí cuando se rompió…

Ahora, cada vez que floto en el agua cierro los ojos. Llega el verano y todo lo que quiero es ir al agua, dejarme abrazar por él, sentir mi cuerpo ligero como una pluma… Floto y mi mente se teletransporta a una seguridad antigua, a una paz lejana… Al cariño… Vuelve al cariño… Allí en las olas siempre me esperará…

Soledad y el mar

  Hacía ya un tiempo que no conseguía ordenar mi cabeza. El calor me seca el cerebro. No soy capaz de pensar, o no con propiedad. Pienso dem...