Me despierto de un sueño confuso,
no soy capaz de distinguir la realidad del sueño, la vigilia, la fantasía, la
ficción o la verdad. Veo imágenes, siento mi cuerpo, eso sí lo siento de
verdad. Me despierto varias veces, apago la alarma, vuelvo al sueño, vuelve a
sonar, la vuelvo a apagar, así repetidas veces hasta que la fina línea que
separa el sueño de la vigilia, la ficción de la realidad se difumina. Se
difumina tanto que no sé si soy yo o una imagen. Mi cuerpo vibra y enloquece y
creo que lo hace de verdad. Temo haber gemido en sueños, cuando me despierto y
soy consciente de qué he soñado. Siento que me he corrido, ¿eso también era un
sueño? Me levanto, perezosa, me visto, me voy. Llego al café, no quería
empezarme este libro, pero lo hago, no puedo evitarlo, algo me atrae fervientemente
a él. Lo empiezo y siento que entro, que yo misma me difumino, que me vuelvo
obsesiva, que deseo como Annie. Sí, es eso, es justo eso, siento que mi deseo
me devora; mejor: que me ocupa. Lo leo frenética, siento como mi cuerpo alcanza
una verdad absoluta, algo que no sabía describir con palabras, que no tenía
nombre (¿título?) para poder entenderlo. Annie describe sus celos, su obsesión
tóxica rozando la locura. Pienso, pienso y pienso y no me lo consigo quitar de
la cabeza: Pura pasión, la espera, la
locura, el deseo atravesándome, la ignorancia, la incertidumbre, la profunda
sospecha. En sus celos y sus obsesiones entiendo mi propia obsesión, mi propia
sospecha interior. No tendré celos (¿los tendré?), pero su individualidad se
universaliza en mí. Sí, me ocupa, algo me ocupa, me siento ocupada en alguien.
«He conseguido llenar con palabras la imagen y el nombre ausentes de la que,
durante seis meses, siguió maquillándose, acudiendo a sus clases, hablando y
corriéndose sin pensar que también vivía en otro lugar, en la cabeza y en la
piel de otra mujer» (Ernaux, 2022: pág. 82). Cada una de sus frases me
atraviesa, me descubre palabras, palabras que se trazan y entrelazan en mi
interior y cuando lo acabo me siento mareada, como sumida en otro sueño,
¿estaré soñando? Me levanto tambaleante de mi mesa y salgo, siento que querría
correr, necesito ponerle nombre, palabras, escribir. Deseo escribir y ese deseo
hace que mis entrañas palpiten, que me sienta dando tumbos hacia una página en
blanco. «En aquel instante convine que el sexo, el sexo materializado en la
otra mujer, era lo más importante del mundo. Hoy es lo que me empuja a
escribir» (Ernaux, 2022: pág. 58). ¿Me empujará a mí también a escribir eso?
Veo la fantasía, a mí misma, a ella, y la mera imagen me alimenta, me despierta
mi deseo, me despierta mi ficción, despierta mi escritura… Dice Pura pasión: «Me asaltaba todo el rato
el deseo de romper para dejar de depender de una llamada, para no sufrir más, y
al punto imaginaba lo que eso significaría desde el momento mismo de la
ruptura: una retahíla de días sin ninguna esperanza. […] Comparada con el vacío
recién atisbado, mi situación actual me parecía afortunada» (Ernaux, 2019: pág.
45), y dice en La ocupación: «si mi sufrimiento me parecía absurdo, y hasta
escandaloso comparado con otros, físicos y sociales, si me parecía un lujo, lo
prefería a ciertos momentos tranquilos y fructíferos de mi vida» (Ernaux, 2022:
pág. 58). Annie es destructiva, Annie sufre. Aunque yo no sufra, en su
sufrimiento soy capaz de entender algo de mí misma. Mi ficción, mi fantasía.
Esa es mi ocupación: todas esas imágenes, ensoñaciones, deseos, que me nublan
la vista y que permanecen en mi cuerpo, habitándome ,
durante días, hasta que de golpe desaparecen como si nunca hubieran existido. Y
luego vienen otros, diferentes o los mismos, con otras imágenes, otros espacios
y lugares, otros tiempos, otras sombras. Soy un recorrido de ocupaciones, de
imágenes, que me pueblan y habitan. ¿Existo al margen de ellas? Cuando no
existen, cuando me encuentro en un espacio deshabitado de ellas, en mitad de
una ocupación pasada y una posible ocupación futura, ¿existo? ¿Existo fuera de
mi deseo? «Esa mujer me llenaba la cabeza, el pecho y el vientre […], aquella
presencia ininterrumpida me llevaba a vivir intensamente» (Ernaux, 2022: pág. 16).
Cuando me siento habitada, ocupada, mi cuerpo tiene mayor presencia, pesa más, mi
propio deseo tiene más importancia, me siento más atractiva, más deseable,
incluso para mí misma. Y así, sobre todo así, siento mi presencia en el mundo
más interesante, con más valor (incluso intelectual). Mi vida cobra más sentido
de repente, como si mi auto convencimiento de mi propio atractivo pudiese
conceder más importancia, más valor a las cosas. Camino por las calles nubladas
y siento que floto, que nadie tiene tanta importancia como las palabras que
rondan en mi mente, desordenadas (ni si quiera yo, pero sí mi deseo); siento
que en ellas existe lo más importante, y me da miedo perderlo, me da miedo que
huyan de mí, que las olvide.
Percibí debajo de mí, en forma de alucinaciones, unas
palabras que tenían la consistencia de las piedras, de las tablas de la ley.
Sin embargo, los signos danzaban y se juntaban, se dislocaban, como los que
flotan en la famosa “sopa de letras”. Tenía que atrapar, costara lo que
costara, aquellas palabras, eran las que necesitaba para liberarme, no había
otras. Tenía miedo de que se escaparan (Ernaux, 2022: pág. 79).
Esas palabras rondan en mi
cabeza, sí, Annie, es justo así, así siento las mías, rondándome y poseyéndome
a punto de irse, anunciando su final, su muerte, en el mismo momento del
nacimiento. Camino acelerada y entro al súper. Me planteo no entrar, subir
corriendo las escaleras hacia casa, rezar por que permanezcan en mí, las ideas,
la lucidez tambaleante y provisional, tan débil, tan difusa, casi yéndose. Pero
entro al súper, está vacío, todo está colocado en su sitio. Me siento, una vez
más, como tú, Annie, no sé si por tus palabras habitándome, pero te veo en
todas partes. ¿Qué me atraviesa, mi deseo o el suyo? ¿Mi identidad o la suya?
Cojo lo que necesito al vuelo, sonrío a un empleado, la chica que me atiende
apenas me mira. Siento su desazón, su tristeza, la enlazo con la mía y salgo.
Algunas gotas de lluvia empiezan a caer sobre mi piel, pálida, erizada, vibrante
y llego hasta mi puerta. La cerradura es un hueco, y la puerta se abre solo
empujándola. Ayer desapareció y sigue sin existir. Subo las escaleras, me
siento como con un miedo entrando por las plantas de mis pies, según camino,
hasta recorrer todo mi cuerpo y encontrarse con ese deseo vibrante. No sé si me
da miedo perderme o la soledad. Annie. Subo las escaleras, parecen eternas, son
solo tres pisos, un silencio sepulcral pinta las paredes y barre el suelo, solo
ensuciado con mis pasos, firmes, rápidos. Mi respiración se agita y no sé si es
mi temblor o las escaleras. Llego. Escribo. ¿Qué deseo? Intento ponerle
palabras, intento enlazar esas ideas difusas que caminaban conmigo por las
calles. Pongo música, mis manos escriben frenéticas como poseídas por la música.
Suena Pretty when I cry y me siento
en la voz de Lana del Rey, recorro de repente toda mi vida, vuelvo al pasado,
¿deseaba? Quizás mi tristeza era otra forma de deseo, otra forma de habitarlo,
otra forma de vivir. Hacía mucho que no la escuchaba, pero su voz resuena en mi
interior como si aquello que antes despertaba no se hubiera ido nunca. Me
siento más unida al origen del mundo que de ninguna otra forma. Mi cuerpo,
estas paredes que me rodean, estas teclas que pulso fervientemente, no existen.
Pero sí lo hace mi pensamiento, mis imágenes, mis ficciones. ¿Será mi ficción
más real que mi cuerpo, que mi materialidad? ¿Existirá más que yo misma en este
mundo?
El mero hecho de que una
compañera de clase le de me gusta a la historia que he subido, una fotografía de
un fragmento sobre el deseo sexual del libro de Annie, o de que alguien en
particular haya visto la historia (imaginándome que lo ha leído, que ha
pensado, que ha sentido algo, aunque no tengo ningún tipo de certeza que
demuestre que de verdad lo ha leído y no ha saltado la historia sin mirarlo)
activa algo en mí, como si esa fuese una forma oculta de llamar al deseo, de
ponerle nombre junto al mío, aunque solo sea mi pura imaginación. Mi
imaginación desea con fuerza y aunque no exista, aunque no tenga materialidad o
fundamento, en el fondo la siento más cierta que yo misma. Más que la realidad
misma. Aunque solo sea ficción, es más verdad, es más real. El libro se abre
con una cita: «con la conciencia de que, si tenía el valor de ir hasta el final
de lo que sentía, acabaría por descubrir mi propia verdad, la verdad del
universo». Aunque sienta obsesiva e ilusoria cualquier posible demostración
exterior de deseo hacia mí, relatarla me hace sentir que descifro una verdad,
una profunda y sincera verdad que, siendo la mía, da sentido al mundo. Mi
verdad, es también la del universo. Mi ficción me da, de alguna forma, sentido.
Por más incierta que pueda parecer a cualquier otra persona, por más ficción
que sea. Si siento mi ficción más real que mi propio cuerpo, cualquier ilusión
e imaginación tiene más sentido que yo misma.
Más tarde escribiría en mi
diario:
Hacía tiempo que no me pasaba
algo así con un libro. No es como cuando lees algo brillante. Me he vuelto
nerviosa, temblando, con algo metido en mi cuerpo que era entre deseo en su más
pura esencia y deseo de escribir. Creo que me excitó sexualmente lo bueno que
era el libro, el hecho de que un libro así existiera y llegara a mis manos y
ayudara a explicar ciertas cosas sobre mí misma. Y que, además, me diera esa
necesidad de escribir, y de escribirme. De darme palabras. Sobre mí misma. No
usarlas en ficciones ajenas: usarlas en mi vida, en mis propias ficciones.
El deseo sexual como iluminación,
como lucidez, como despertar espiritual. Es un pozo: si te asomas al abismo, en
el charco de abajo del todo puedes ver tu imagen, como en un espejo.
Esa misma noche decidí que
necesitaba una frase tatuada en el cuerpo, a Annie inscrita en mi piel, como
ella está inscrita en mi deseo, en mi forma de explicar el deseo: «J’ai mesuré
le temps autrement, de tout mon corps».
Bibliografía:
Ernaux, A. (2019). Pura pasión. Barcelona: Tusquets
Editores.
Ernaux, A. (2022). La ocupación. Madrid: Cabaret Voltaire.