Tengo un recuerdo que no sé si es
memoria o sueño. Recorro su vuelo como si fuera mío, como si estuviese en mí,
pero lo cierto es que no sé si es parte de mí. No sé cómo ha llegado aquí. Leí
en algún sitio que Almudena Grandes dijo que paseaba para poder escribir. Que
se inspiraba caminando, observando. Pensé en Vivian Gornick. En edificios
altos, en el sol reflejándose en los cristales, en gente caminando a tu
alrededor, deprisa, despacio, hablando entre ellos, callados, mirando el suelo,
mirando hacia adelante. Mirar y ser mirado. Pensé en eso y no sé si me fui a
dormir envuelta en ese pensamiento. Almudena Grandes dijo que, durante su
enfermedad, como no podía salir a pasear a la calle como antes, caminaba por el
pasillo de su casa una y otra vez; esos paseos dieron lugar a su última novela, que
acaba de publicarse póstumamente. Así que ahí me vi yo, caminando, caminando en
una ciudad desierta, en unas calles vacías. Eran grises y estrechas, solo
estaba yo y los edificios, los adoquines, las farolas, las papeleras, las líneas
sobre el cemento, los semáforos y las señales. Solo yo: yo y mi escritura. Me
miraba los pies y según los veía avanzar, avanzaba también mi pensamiento, las
teclas en mi cabeza, las ideas entrelazándose, como en un largo abrazo, como en
un profundo beso en blanco y negro… Pero de pronto, alguien se cruzaba conmigo.
Algunas personas, pocas, pero cruzábamos miradas, cuerpos, espacios. Y cómo me
sentía. Sentía que estaban viendo algo íntimo, sentía como si me estuviesen
viendo desnuda. Sentía que estaban viendo cosas de mí que ni yo misma había
visto, así que bajaba la vista, bajaba la cabeza, eliminaba su imagen de mi
vista, para hacerlos desaparecer, para intentar continuar en una intimidad
vacía, la única en la que podía darse lugar la escritura. Me sentía desnuda y
observada porque aquellas personas que se cruzaban conmigo estaban viendo mi
proceso de escritura. Y sentía eso como lo más sagrado, lo más interno, lo más
íntimo… Nada como eso. Y esa imagen: gris, nublada, edificios altos, pero
calles estrechas, y vacías, y casi la noche cayendo, y mis pies contra la
acera, el sonido casi en eco en ese lugar hueco. «Tengo la sensación de que
siempre que pasa algo importante llueve; pero a veces me pregunto si lo que
sucede, en cambio, es que el acto de recordar desencadena una especie de lluvia
sobre la memoria, y que por eso las imágenes se nos devuelven siempre difusas,
como vistas en un cristal empañado». He leído esta frase en uno de los últimos
libros que he comprado. No sé de qué página es, estaba en una de las solapas de
la faja. El asedio animal, de Vanessa Londoño. Creo que no llovía, aunque no
hacía sol… Estoy segura de que no hacía sol. Estoy segura de que estaba sola… Y,
sin embargo, está difuso, como ese cristal… ¿Recuerdo o sueño? A veces me
cuesta separarlo. Diferenciarlo. Si fui, no sé a qué lugar. Si soñé… ¿quién
era? ¿Qué escribiría? ¿Llegaría a algún lugar? El sonido de mis pies contra la acera, como el
de las teclas…
Bibliografía:
Cedillo, J. (10 de octubre de 2022). «La novela que sirvió como "refugio" a Almudena Grandes en el final de su vida». El Cultural. Recuperado el 13 de octubre de 2022 de: https://www.elespanol.com/el-cultural/letras/20221010/novela-sirvio-refugio-almudena-grandes-final-vida/709679329_0.html
Londoño, V. (2022). El asedio animal. Madrid: Almadia Editorial.