jueves, 13 de octubre de 2022

La intimidad de la escritura

 

Tengo un recuerdo que no sé si es memoria o sueño. Recorro su vuelo como si fuera mío, como si estuviese en mí, pero lo cierto es que no sé si es parte de mí. No sé cómo ha llegado aquí. Leí en algún sitio que Almudena Grandes dijo que paseaba para poder escribir. Que se inspiraba caminando, observando. Pensé en Vivian Gornick. En edificios altos, en el sol reflejándose en los cristales, en gente caminando a tu alrededor, deprisa, despacio, hablando entre ellos, callados, mirando el suelo, mirando hacia adelante. Mirar y ser mirado. Pensé en eso y no sé si me fui a dormir envuelta en ese pensamiento. Almudena Grandes dijo que, durante su enfermedad, como no podía salir a pasear a la calle como antes, caminaba por el pasillo de su casa una y otra vez; esos paseos dieron lugar a su última novela, que acaba de publicarse póstumamente. Así que ahí me vi yo, caminando, caminando en una ciudad desierta, en unas calles vacías. Eran grises y estrechas, solo estaba yo y los edificios, los adoquines, las farolas, las papeleras, las líneas sobre el cemento, los semáforos y las señales. Solo yo: yo y mi escritura. Me miraba los pies y según los veía avanzar, avanzaba también mi pensamiento, las teclas en mi cabeza, las ideas entrelazándose, como en un largo abrazo, como en un profundo beso en blanco y negro… Pero de pronto, alguien se cruzaba conmigo. Algunas personas, pocas, pero cruzábamos miradas, cuerpos, espacios. Y cómo me sentía. Sentía que estaban viendo algo íntimo, sentía como si me estuviesen viendo desnuda. Sentía que estaban viendo cosas de mí que ni yo misma había visto, así que bajaba la vista, bajaba la cabeza, eliminaba su imagen de mi vista, para hacerlos desaparecer, para intentar continuar en una intimidad vacía, la única en la que podía darse lugar la escritura. Me sentía desnuda y observada porque aquellas personas que se cruzaban conmigo estaban viendo mi proceso de escritura. Y sentía eso como lo más sagrado, lo más interno, lo más íntimo… Nada como eso. Y esa imagen: gris, nublada, edificios altos, pero calles estrechas, y vacías, y casi la noche cayendo, y mis pies contra la acera, el sonido casi en eco en ese lugar hueco. «Tengo la sensación de que siempre que pasa algo importante llueve; pero a veces me pregunto si lo que sucede, en cambio, es que el acto de recordar desencadena una especie de lluvia sobre la memoria, y que por eso las imágenes se nos devuelven siempre difusas, como vistas en un cristal empañado». He leído esta frase en uno de los últimos libros que he comprado. No sé de qué página es, estaba en una de las solapas de la faja. El asedio animal, de Vanessa Londoño. Creo que no llovía, aunque no hacía sol… Estoy segura de que no hacía sol. Estoy segura de que estaba sola… Y, sin embargo, está difuso, como ese cristal… ¿Recuerdo o sueño? A veces me cuesta separarlo. Diferenciarlo. Si fui, no sé a qué lugar. Si soñé… ¿quién era? ¿Qué escribiría? ¿Llegaría a algún lugar? El sonido de mis pies contra la acera, como el de las teclas…


Bibliografía:

Cedillo, J. (10 de octubre de 2022). «La novela que sirvió como "refugio" a Almudena Grandes en el final de su vida». El Cultural. Recuperado el 13 de octubre de 2022 de: https://www.elespanol.com/el-cultural/letras/20221010/novela-sirvio-refugio-almudena-grandes-final-vida/709679329_0.html

Londoño, V. (2022). El asedio animal. Madrid: Almadia Editorial.


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