viernes, 2 de septiembre de 2022

El lugar

 

Corre viento y la casa está tranquila. Solo estamos nosotras, he escuchado varias veces a mi suegro salir y entrar y volver a salir, como siempre. Pero ahora, solo nosotras, la calma, el día por hacer, el silencio de quien está ya despertándose pero todavía el resto de la casa no lo sabe… Las cortinas susurran palabras que solo la poesía podría recoger, voces lejanas, coches lejanos, el sonido de algún pájaro que vuelve a su nido… La amiguita ya me ha escrito que quiere desayunar. Le escribí yo primero porque sabía que se iba a despertar antes que nosotras, eso pasó los dos días anteriores, pero hoy le escribo y no recibo respuesta así que me vuelvo a dormir. Al cabo de un rato veo un mensaje suyo. Ha dormido más que normalmente, la calma no solo vive en la casa… también se nos está insertando dentro, muy dentro de nosotras… Nos vestimos, nos saludamos adormiladas, bajamos a desayunar. Nos sentamos bajo toldos y el aire que sentíamos en casa ahora se siente cálido. Vienen mi suegro y el abuelo de Ane y se sientan con nosotras. Tomamos el café, compartimos una napolitana. Celebro no solo su sueño tranquilo y alargado, sino también su hambre despierta, su hambre nueva… Comparte conmigo la napolitana con gusto, nunca la he visto comer tanto. La noto tranquila… se despierta en mí una sensación de satisfacción muy profunda, arraigada a mis raíces, curando mi sed, dándome un suelo y consuelo y un sustento. Hablamos, miramos a la gente, escuchamos unos niños jugar cerca bajo nuestra mirada inquisidora, que compartimos entre nosotras. El abuelo de la Ane se refiere a la amiguita en femenino y nos miramos sonriendo, sin decir nada, agradecidas, hasta emocionadas. Parte de la tranquilidad viene de eso, de esto… qué fácil es estar bien en un lugar así. También cambiamos nuestro lenguaje cuando hablamos con otras personas que no guardan vínculo, o que nos hace sentir menos seguras… Pero no con nuestro entorno, no con el entorno que nos confía Ane. Estamos aquí, con ella, nosotras tan rotas y desestructuradas. Pero estamos en este círculo, en este espacio preciado y cariñoso que nos confiere Ane y nosotras lo cuidamos, lo abrazamos, cerramos los ojos…

Damos un paseo por el monte, en el coche que nos va a enterrar a todos. Las ventanillas bajadas, mi pelo enredándose entre sí y un fuerte olor a hierba, a humedad, a viña. Vamos por la carretera adelantando a los tractores y acompañándoles. Nos paramos en un trocito de campo que luce antiguo, como esas cosas que antes fueron grandes y ahora están abandonadas. Mi suegro nos explica la de veces que iban a esas mesas de piedra a merendar, o a comer, a tumbarse en el suelo al fresco, a charlar, la cantidad de vida que hicieron en esas mesas de piedra, en mitad del campo y los árboles. Ahora está sola, vacía, con hierbajos y matorrales. Aunque nunca he hecho vida aquí, lo siento como mío…

Volvemos a casa. Hago la comida. La amiguita y Ane insisten en ayudarme, disfruto cocinando. Mi suegro y el abuelo de Ane comen acompañándonos y luego se van, mi suegro entra ahora a trabajar. Nos sentamos las tres en el sofá, empieza a caer una lluvia fina que de golpe se vuelve tormenta. El cielo gris, el repiqueteo de la lluvia contra los cristales. La amiguita sale a fumar, Ane se asoma, le encantan las tormentas de verano. Yo me quedo en el sofá, estamos viendo un programa de cocina riéndonos por cualquier tontería. La casa vuelve a la calma, incluso bajo la tormenta, como esta mañana. El día está haciéndose… pero con la misma tranquilidad y soltura que antes de despertarse. Es como si todo fuese tan fácil… aquí dentro todo es tan fácil…

Pasamos la tarde en familia también. En Arnedillo, en el balneario, luego vuelta. Recogemos, cogemos comida, vamos a casa. Es de noche, estamos cenando en la cocina, mis suegros van llegando. Bueno pues ya está… se acabó el fin de semana. Dice alguien. Qué rápido pasa. Disfrutad, por eso… disfrutad que esto pasa muy rápido… dice mi suegro. Le miro y sonrío. Algo de mí se vuelve triste y delicado, vulnerable. Nos ayudan a bajar las cosas. Nos montamos en el coche. Luego, una vez en marcha, tendremos que volver porque me he dejado la tablet y todavía estamos cerca. Pero después volvemos a ponernos en marcha. Carretera levemente iluminada, la noche cubriéndolo todo, nosotras en silencio, cantando las canciones que van sonando. Madre mía, ¿os imagináis que estuviésemos llegando ahora?, dice Ane. Nos podríamos poner otra peli y estarnos en el sofá hasta que nos quedáramos dormidas, digo yo… Volvemos al silencio; por algún motivo, esa leve melancolía que había empezado a tomar forma me desprende serotonina. Siempre lo hace… la paz, la calma, la ternura y el cariño… esto existe, está aquí… está, aunque nos vayamos. De hecho, podemos llevárnoslo con nosotras. Podemos estar así… todo cambió cuando lo vi hace unos años: podemos estar justo así…

Pasan un par de días y me llama mi madre. Todo sigue igual… Mi abuela está triste porque están vaciando su casa para venderla. No está viendo el proceso, tampoco podría subir y bajar todas esas escaleras de su casa solo para ver su tristeza y su vacío. Nunca lo verá, ¿se despidió? Yo necesité ir para despedirme y aún siento que no lo he hecho bien… Siento un duelo por un espacio, ¿es eso posible? Siento la tristeza de mi abuela. Cómo mi tío le dice, restándole importancia o no dándosela del mismo modo que nosotras, que están tirando cosas de su casa. ¿Qué cosas? ¿Qué estáis haciendo?, me dice mi madre que preguntó ella. No le dijeron nada y la entiendo, yo tampoco querría saberlo… Lo sé, y preferiría saberlo menos, quizás… Nadie le dice nada para que no se ponga triste, pero sabe perfectamente lo que está pasando… Lo sé yaya, lo sé... Yo también amé un espacio, un lugar. Lo amo… Un lugar puede ser un ancla, un salvavidas. Un suelo, una arena bordeada por el mar, yendo y viniendo, yendo y viniendo… Es un sustento, una raíz, un lugar en la tierra, un solo y mísero lugar de existencia… Yo lo tengo, ¿sentiré tenerlo siempre?

Podemos estar justo así, me gustaría decirle a mi abuela. No hace falta ir a un lugar, puedes llevártelo, quedártelo, construirlo de nuevo… Una melancolía tan leve, tan suave y acogedora también puede ser un lugar, un hogar familiar… ¿La echaré de menos también a ella?

Soledad y el mar

  Hacía ya un tiempo que no conseguía ordenar mi cabeza. El calor me seca el cerebro. No soy capaz de pensar, o no con propiedad. Pienso dem...